
Madman Theory y los 50 días
Putin no solo despreció el ultimátum: lo ignoró. Y al hacerlo, le restó todo efecto disuasorio
El 14 de julio de 2025, Donald Trump lanzó un ultimátum: Vladimir Putin tenía 50 días para detener la guerra en Ucrania o enfrentaría sanciones “devastadoras”. Días después acortó ese plazo a 10 o 12 días, alegando que “ya sabía” cuál sería la respuesta del Kremlin. Fue una jugada clásica de la Madman Theory, esa doctrina heredada de Nixon que busca proyectar a un líder como impredecible, casi irracional, capaz de todo, con la esperanza de que el enemigo se rinda por miedo antes de que ocurra lo impensable, funcionó hace unos dias en las escaramuzas de Thailandia contra Camboya, pero ahora el enemigo es diferente y su respuesta era de esperarse.
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Putin, el zar del siglo 21, no se inmutó. Durante semanas guardó silencio. Y cuando finalmente habló, lo hizo desde un monasterio ruso, con tono pausado, casi místico, como si el ultimátum jamás hubiese existido. Afirmó que las expectativas de Trump eran “exageradas”, que las negociaciones deben aspirar a una paz “duradera y sólida”, y que no se puede imponer el ritmo de un proceso tan complejo por presiones externas. La respuesta fue clara: Rusia no cederá ante amenazas. Y menos aún, ante micrófonos en campaña.
El contraste entre el estilo agresivo de Trump y la frialdad estratégica de Putin no podía ser mayor. Mientras el republicano hablaba de sanciones, petróleo, y advertencias globales, el Kremlin avanzaba militarmente en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporizhzhia. El presidente ruso incluso anunció el despliegue del primer misil hipersónico Oréshnik y aseguró que las tropas rusas habían tomado la estratégica Chasiv Yar, una afirmación que Ucrania aún disputa. En el frente, las líneas ucranianas resisten con dificultad en el este, especialmente en zonas como Avdiivka y Sloviansk, donde la artillería rusa no ha cesado. La contraofensiva ucraniana se ha visto ralentizada por falta de munición occidental, mientras Moscú intensifica sus avances por tramos, desgastando posiciones clave y tomando pequeñas localidades que, acumuladas, le dan control táctico en la región del Donbás.
Putin no solo despreció el ultimátum: lo ignoró. Y al hacerlo, le restó todo efecto disuasorio. Ni siquiera reaccionó cuando Trump ordenó el despliegue de dos submarinos nucleares cerca del Báltico, tras las provocaciones de Dmitri Medvédev. La lógica de Moscú es distinta. Allí no se le teme a un “perro loco”; se le estudia, se le desgasta y, si es posible, se le usa como combustible propagandístico.
Trump, que no ostenta poder ejecutivo actualmente, pretendió influir en el curso de una guerra compleja con el peso de su campaña. Prometió que si fuera reelegido, acabaría la guerra en “24 horas”, sin explicar a qué costo ni con qué concesiones. Zelensky no respondió directamente, pero sí reiteró que la única paz posible implica la recuperación total de los territorios ocupados. Es decir, una posición irreconciliable con la narrativa rusa.
Sin embargo, el terreno simbólico comienza a resquebrajarse para Ucrania. Los escándalos de corrupción que salpican al entorno de Zelensky no solo erosionan la imagen del gobierno, sino que debilitan la moral internacional que sostenía la ayuda occidental. Aunque el frente militar aún resiste, el frente político empieza a tambalear. Putin lo sabe y espera. Su guerra es también una guerra de tiempo.
La Madman Theory funciona cuando el adversario cree que uno es capaz de lo impensable. Pero para eso, necesita sentir que la amenaza es real. Y Putin, un veterano en crisis globales, parece haber leído el guion completo antes que Trump lo terminara de escribir. No se dejó intimidar, no concedió nada y, mientras tanto, avanzó. El ultimátum que pretendía demostrar fuerza terminó revelando impotencia ya que En la guerra del relato, incluso el silencio calculado puede sonar más fuerte que un ultimátum..
Al final, esta historia no se trata solo de quién grita más fuerte, sino de quién aguanta más tiempo en silencio. Y en esa partida, el Kremlin ha ganado otro movimiento. Trump agitó el tablero. Putin no se movió. Y Zelensky resiste, ahora con una sombra detrás: la duda de si su causa seguirá siendo vista como justa, o simplemente como otra guerra prolongada más.
Quizás el mayor riesgo de aplicar la teoría del loco es toparse con alguien que también esté dispuesto a parecer cuerdo… hasta que ya no lo necesite.
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