Libre comercio sin EE. UU.

¿De qué modo debería responder América Latina al enfoque de “Estados Unidos primero” que el presidente Donald Trump propugna para la economía global?

He aquí una posible respuesta: estableciendo una zona de libre comercio de las Américas sin EE. UU. En los años 1960, se realizaron cumbres y se suscribieron acuerdos, pero después no fue mucho lo que se avanzó en materia de libre comercio. Para la mayor parte de los países de la región, Europa y EE. UU. continuaron siendo socios comerciales de mayor envergadura que sus vecinos.

A principios de la década de 1990, el presidente estadounidense George H. W. Bush propuso una grandiosa zona de libre comercio que cubriría desde Alaska a Tierra del Fuego, pero el ambicioso acuerdo norte-sur nunca se materializó. Una de las razones por las que fracasó un acuerdo comercial que abarcara toda la región, fue que Brasil, por orgullo, se abstuvo de asistir a una fiesta cuyo anfitrión principal era EE. UU.

Si Trump ahora se ciñe a sus promesas proteccionistas, no será necesario preocuparse de la rivalidad entre EE. UU. y Brasil en un mismo acuerdo de libre comercio.

En el transcurso de la década de 1990, surgieron gobiernos populistas de izquierda en un buen número de países latinoamericanos y para sus líderes un acuerdo con EE. UU. resultaba inconcebible. Hoy ese populismo está de retirada (golpear madera). Si han desaparecido los principales obstáculos, ¿qué impide la creación de un acuerdo de libre comercio de las Américas? Nada, excepto inercia política y falta de un liderazgo claro. Pero no escasean los líderes regionales que podrían acarrear la antorcha de la integración comercial desde el Río Grande al Cabo de Hornos.

Aparte de desconfiar de EE. UU., los presidentes brasileños del pasado también temían a su propio “establishment” empresarial, siempre dispuesto a levantar barreras, arancelarias o no. Sin embargo, ahora los empresarios brasileños andan en busca de nuevos clientes. Y con China en desaceleración, Europa sumida en su propia crisis y EE. UU. encerrándose, los mercados regionales adquieren atractivo.

Algo similar ha sucedido en México, de modo que no sorprende que políticos y empresarios mexicanos estén dirigiendo su mirada al sur con un entusiasmo recién encontrado.

Argentina también tiene sus razones para respaldar el libre comercio regional. Está atrapada por la camisa de fuerza del arancel externo común del Mercosur, y la manera menos traumática de lograr una mayor apertura, sin romper el acuerdo existente, sería que el Mercosur se uniera a un zona de libre comercio más amplia.

Chile, que por motivos políticos siempre ha querido integrar las economías más liberales del Pacífico con los regímenes más proteccionistas del Atlántico, tendría numerosas razones para ayudar a impulsar el proceso.

Y Canadá, bajo el primer ministro Justin Trudeau (el líder de habla inglesa favorito de todos hoy día), sería un miembro bienvenido.

De modo que sí, es posible que al fin haya llegado la era del libre comercio a través de gran parte de las Américas. Por ello hay que darle gracias al “bullying” nacionalista y proteccionista de Donald Trump.

Project Syndicate