“Agua que no has de beber...”

El filósofo Tales de Mileto afirmaba que el comienzo del mundo había sido “acuoso”. Es decir que primero fue el agua, aunque esto contradiga al Viejo Testamento, que presenta otro orden de cosas en su Génesis. Y años más tarde en el Apocalipsis (que viene después, en el Nuevo Testamento, y a cuyo autor se le asigna el nombre de Juan) de cierta manera se anuncia que esa misma agua que nos quita la sed, que nos permite andar limpios y que sirve para la navegación que transporta carga y pasajeros por el mundo (aunque ahora por razones de tiempo se prefiera a los aviones y los viajes por mar solo sean parte de programas turísticos) originaría el fin de la humanidad, con maremotos y tsunamis (que a la postre es lo mismo) que destruirán las ciudades del planeta y ahogarán a sus desprevenidos habitantes.

Por eso será que la sabiduría popular, que no solo produce la mutación gradual de los idiomas que después aceptan las academias de la lengua, ha creado el adagio que sirve como título para este artículo. Y que nos debe servir a quienes, no solo en el Ecuador sino que también en otros países americanos, como Colombia, Perú, Chile, Argentina y la propia Yoni, estamos soportando los estragos costosos y dolorosos del exceso de pluviosidad en las zonas citadinas y rurales, es decir, en el campo y en las ciudades, con poblaciones enteras destruidas, territorios anegados, extensas zonas de producción vegetal perdida y, lo más sensible, la pérdida de muchas vidas humanas.

En nuestro país habría que agregar, ante esta grave situación, otro refrán y es el que señala lo de “tras cuernos, palos”. Precisamente hace un año y días el país sufrió los efectos de un fuerte sismo, al que habría que agregar las muchas “réplicas”, que sobre todo afectaron a las provincias norteñas de nuestra costa, Esmeraldas y Manabí.

Así las cosas, el nuevo mandatario tendrá no solo que vérselas con la financiación que debe continuarse en las zonas afectadas por los sismos, sino también en favor de las que han sido víctimas de la implacable acción de San Pedro, que abrió todas sus llaves. Y todo ello en medio de una crisis económica fiscal producida por la baja del precio del petróleo, entre otras causas.