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Lasso quema las naves y vuelve a nado

Al acusar de ladrones a los asambleístas, el presidente da por cerrada toda posibilidad de acuerdo. ¿Y después? Nada, saca un recurso de la chistera.

Denuncias. Minutos antes de la votación de la ley de inversiones en la Asamblea, Guillermo Lasso arremete contra Xavier Hervas, líder de la ID.
Denuncias. Minutos antes de la votación de la ley de inversiones en la Asamblea, Guillermo Lasso arremete contra Xavier Hervas, líder de la ID.Angelo chamba

Quemar las naves: una decisión que hizo célebre a Hernán Cortés. Con ella, el conquistador de México se obligó a sí mismo y a sus compañeros de expedición a seguir adelante sin posibilidad de retorno. Adelante hacia lo desconocido. 500 años más tarde, el presidente Guillermo Lasso debe ser el primer y único personaje de la historia de la humanidad que cree que después de quemar las naves todavía hay cómo arrepentirse y volver atrás. A nado. Peor aún: comportarse como si un gesto tan dramático podría no significar absolutamente nada: un día quema sus naves y al siguiente busca con sus abogados una leguleyada para salir del paso. Así se está comportando el Gobierno y así le irá: como al perro.

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Quemar las naves: acusar a los asambleístas de “ladrones y corruptos”. Restregarles en la cara la palabra “ladrones” no una, tres veces en dos minutos. Revelar que “vienen a pedir hospitales, empresas eléctricas, ministerios a cambio de su voto”. Que incluso los hay más descarados que exigen “dinero en efectivo”. Apuntar directamente al líder de uno de los principales partidos representados en la Asamblea (Xavier Hervas, de la Izquierda Democrática) y acusarlo de negociar su apoyo a la ley de inversiones a cambio de favores fiscales para pagar aún menos impuestos de los pocos que ya paga... Un presidente de la República no dice estas cosas sin calcular sus efectos y sus consecuencias. Algo así no puede ser el fruto de un exabrupto o una rabieta, por enojado que aparezca en el video. Si además se añade, a todas estas denuncias, la promesa de buscar “caminos constitucionales” para superar el bloqueo impuesto por los corruptos, resulta evidente que el jefe de Estado tiene, como Hernán Cortés, la decisión tomada y el camino claro: adelante hacia lo desconocido. Sin embargo, al día siguiente...

Al día siguiente, viernes, la noticia de que el presidente había tomado ya la decisión de decretar la muerte cruzada se regó como la pólvora desde las oficinas de Carondelet hacia los medios de comunicación. Al parecer solo subsistían desacuerdos sobre el momento propicio para hacer el anuncio. Nada parecía más adecuado: con sus declaraciones de la víspera, Guillermo Lasso había cerrado toda posibilidad de negociación en la Asamblea, especialmente con aquellos grupos políticos de los que aún se creía que podía esperar algún apoyo: la Izquierda Democrática y Pachakutik. Uno no acusa de ladrones a sus interlocutores y continúa negociando como si nada. Si alguna esperanza abrigaba aún el Gobierno Nacional para aprobar sus reformas laborales, se acababa de desvanecer completamente. Y sin ley de inversiones, sin reformas laborales ni tributarias, ¿Qué clase de gobierno queda?

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La respuesta hace temer lo peor. La formuló, en horas de la tarde y todo indica que muy a su pesar, el consejero presidencial y exasambleísta del bloque de gobierno Diego Ordóñez. Nada de muerte cruzada. La “salida constitucional” que el presidente ofreció para hacer valer sus fueros ante una Asamblea Nacional poblada de rateros y corruptos que lo tienen secuestrado es... ¡Una leguleyada del tamaño de Carondelet! Resulta que, una vez concluido el segundo debate del proyecto en el Pleno y habiendo transcurrido un nuevo plazo de 48 horas para introducir cambios de último minuto en busca de un consenso (48 horas para que el Gobierno ceda todo lo posible con el fin de convencer a la gente de la Izquierda Democrática), la presidenta Guadalupe Llori dio paso a la votación directamente. El Gobierno cree haber encontrado ahí una brocha de la que agarrarse: que el procedimiento fue inconstitucional porque el debate debía continuar, dicen en Carondelet. Y proponen una demanda de inconstitucionalidad cuyo trámite podría tomar meses.

En resumen: el Gobierno quema sus naves porque está rodeado de rateros que no le dejan gobernar y lo único que se le ocurre para solucionar esta situación extrema es ponerse a la cola en la Corte Constitucional con una leguleyada bajo el brazo. Esta solución es de una miseria política que da grima. Si hasta la noche del domingo no se le ocurre nada mejor, Guillermo Lasso habrá dejado pasar la oportunidad más importante que se le ha presentado hasta el momento para tomar la iniciativa política, romper la insostenible situación de bloqueo en que se encuentra, presentar una denuncia en Fiscalía con nombres y apellidos y dejar a la Asamblea fuera de combate.

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Son ladrones y corruptos y ustedes lo saben”, dijo Lasso en la frase probablemente más efectiva de su alocución. Es una declaración muy bien pensada porque tiende puentes hacia una ciudadanía que, sí, sabe exactamente de qué está hablando el presidente; de modo que su dramática decisión de quemar las naves se vea atemperada por el hecho de no encontrarse solo. Son ladrones y corruptos y todo el mundo lo sabe, no nos hagamos tarugos. En la legislatura pasada ya se dieron a conocer los que recibieron hospitales, cargos públicos y dinero en efectivo. Nomás nos faltaba saber cómo se dan esas negociaciones. Lo que queda claro ahora es que no hay votación legislativa que esté libre de semejante inmundicia. Todos los presidentes han convivido con esto y Guillermo Lasso es el primero en hacerlo público. Lo cual es un mérito enorme cuyas consecuencias podrían ser enormes: depende de él y de lo que haga a continuación.

¿Nombres? ¿Fechas? ¿Datos? Ya vendrán. Que el presidente no los haya dicho todavía no significa que no los tenga o que se los piense callar. Ver a los correístas tratando de sacar provecho de esa indefinición (ellos, artífices de aquello que la Corte Nacional de Justicia ha calificado como una banda delincuencial enquistada en el poder) es tan asqueroso como todo lo demás. Desconocer el valor del gesto presidencial, peor aún, interpretarlo como un desacuerdo entre compinches, es una falta de generosidad típica de un país anclado en la indolencia, cuyos habitantes se jactan de ya no sorprenderse ante nada.

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Queda un nombre: Xavier Hervas. Ha acusado al presidente de calumniarlo, planteando la clásica situación de es-su-palabra-contra-la-mía. Un hombre que aprovechó los contactos con el correísmo para hacer negocios, que hasta en su mínimo gesto es el resultado del entrenamiento de los fabricantes de imagen, con su sonrisa impostada y su voz de teletubbie, y que representa, en suma, el grado cero de la sinceridad en la acción política, nos pide que le creamos a él. Ante eso el presidente tiene dos opciones: o sigue adelante hacia lo desconocido hasta las últimas consecuencias, o se refugia en oscuras leguleyadas que a nadie le importan.