El lado bueno del “Brexit duro”

La defensa es el recurso al que deben apelar los países cuando falla la seguridad. Y por temor a ello, los países gastan dinero en defensa en tiempos de paz.

Desde 2014, Gran Bretaña y la Unión Europea se enfrentan a un panorama de seguridad cada vez peor. En marzo de aquel año, Rusia invadió Ucrania y anexó Crimea; fue la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que una gran potencia europea busca redibujar sus fronteras por la fuerza de las armas.

Rusia había acordado en 1994 defender la integridad territorial de Ucrania a cambio de que esta entregara las armas nucleares heredadas de la Unión Soviética, pero después, además de Crimea, ha librado una guerra no convencional de baja intensidad contra Ucrania en la región oriental de Donbás. Y Ucrania no es la única. El Kremlin envió barcos y aviones de guerra a amenazar las costas de otros países occidentales, secuestró a un funcionario de inteligencia estonio en territorio de la OTAN, y está acumulando fuerzas militares en Europa del Este, el Ártico y otros lugares. Pese a este deterioro de las condiciones de seguridad, en junio de 2016 una ínfima mayoría de los británicos votó a favor de retirarse de la UE, decisión que puede debilitar fatalmente la relación del RU con sus socios europeos de la OTAN. Para colmo de males, en noviembre de 2016, Donald Trump fue electo presidente de EE.UU. Aunque en la campaña de 2016 Trump se refirió a la OTAN con desdén y los muchos generales que instaló en altos puestos consiguieron controlarlo. Pero siempre puede cambiar de ideas. El Partido Republicano atraviesa un profundo cisma interno que puede saldarse con la victoria de su ala populista, liderada por Stephen Bannon, el monje negro nacionalista y antieuropeísta de Trump. Si Bannon consigue amoldar el Partido Republicano a su visión nacionalista, y si los republicanos retienen el poder o lo recuperan más tarde, las garantías de seguridad estadounidenses para Europa ya no serán confiables. Rusia podría seguir interfiriendo en los sistemas políticos de Occidente, o incluso lanzar un ataque militar declarado en Europa, sin que haya respuesta de EE. UU.

Sin el apoyo firme de EE. UU., una UE políticamente dividida sería cada vez más vulnerable a la dominación política de Rusia. En cambio, una UE políticamente cohesionada sería un muro de estabilidad extendido desde el Canal de la Mancha hasta el río Dniéper en Ucrania. Sin el liderazgo estadounidense, una UE estable y segura se convertiría tal vez en el principal pilar de la estrategia de seguridad post-Brexit del RU. Pero la estabilidad de la UE dista de estar garantizada, porque un Brexit inocuo puede alentar a otros estados miembros a abandonar el bloque. Algunos dicen que esta posibilidad es remota, porque en la práctica los países de la eurozona no pueden irse: bastaría que alguno insinúe la posibilidad de abandonar el euro y la UE para que la fuga de capitales resultante haga estragos en su economía. Según esta visión, el hecho de que dos tercios de los estados miembros de la UE usen el euro es suficiente para prevenir la desintegración del bloque.

Pero puestos a elegir entre un Brexit “blando” y otro “duro” (en el que Gran Bretaña abandonara el mercado común europeo y la unión aduanera), puede que la segunda opción ofrezca una ventaja: no seguir debilitando la estabilidad europea, que también resulta ser el principal factor de seguridad para Gran Bretaña.