Invocando racionalidad (2)

El país está enfrentando una situación compleja derivada, como casi siempre, de una multiplicidad de factores, la mayor parte de ellos vinculados a la corrupta y malhadada gestión de la denominada década infame, algunos de cuyos actores principales siguen ejerciendo en la actualidad, especialmente en la Asamblea Legislativa; pero también en razón de la inercia en la toma de las acciones por las que hace tiempo viene clamando la República: sanción ejemplarizadora para los autores, cómplices y encubridores del asalto a los fondos públicos y toma de medidas destinadas a recuperar la perdida imagen de seriedad de la institucionalidad pública, que sigue ausente.

Por ello, la lucha contra la corrupción, por ejemplo, se vuelve apenas una abstracción teórica mientras no se entienda que sin una correcta administración de justicia, que hasta ahora no es sino una aspiración no concretada, es imposible combatir al negativo flagelo, lo que a su vez impide que los potenciales inversionistas extranjeros que podrían ayudarnos a enderezar la economía, tengan la confianza requerida como para arriesgarse a poner sus capitales en nuestro país; menos todavía cuando observan que se legisla en función de diverso tipo de razones que casi nunca atienden al interés nacional.

Así, con un Ejecutivo indeciso que gusta de huir hacia adelante pero sigue pensando en tener candidatos propios en las próximas elecciones, y una oposición que ha dejado de serlo en cuanto al cumplimiento de uno de sus deberes básicos: orientar críticamente la conducción de la vida nacional, mientras alcahuetea la evasión de las medidas requeridas para intentar desestimular el asalto a los fondos públicos, el Ecuador da la sensación de estar varado, por tanto sin rumbo, y ello es absolutamente inaceptable. No podemos permitir que se escamotee el futuro de las próximas generaciones mientras que por egoístas cálculos electoralistas el mediocre liderazgo político juega al mudo en relación a temas trascendentes. Es obligatorio exigir, por parte de gobernantes y gobernados, que se actué de acuerdo a la razón y no por impulsos egoístas.