No mas impuestos II

En la determinación del desempeño económico cuenta más lo que el Estado deja de hacer, que lo que hace. El enunciado contradice la percepción intuitiva del Estado empresario. Es también una línea de pensamiento que le causa escozor a quienes pretenden imponer su voluntad por encima de la del mercado, que es la suma de las decisiones individuales en ejercicio de la libertad.

El Estado ecuatoriano es un ser adiposo, una especie de “Pacman” insaciable. Cuando una persona tiene sobrepeso, el médico lo pone a dieta, le instruye que haga ejercicio, gane estado físico, y recupere la figura. El Estado obeso, en cambio, pretende seguirse engordando a costa de extraer cada vez más recursos de los contribuyentes, bajo el pretexto de que sus supuestas necesidades (en gastos inclasificables, compras truchas, contratos amañados, e inversiones ruinosas) constituyen imperativos que deben, por sobre todas las demás, ser satisfechas.

Los impuestos no crean valor agregado.

El acto impositivo lo que hace es transferir el dinero de los bolsillos de los contribuyentes a los cofres del Gobierno. Recursos, que podrían haber sido invertidos en proyectos rentables, o podrían haber fortalecido la capacidad de consumo de los hogares, y, adicionalmente, hubieran creado nuevas plazas de empleo, pasan al dominio burocrático, o sirven para financiar la corrupción. Es la forma más perversa de redistribución y constituye el semillero de los nuevos ricos.

No más impuestos. No a ningún intento de ejecutar impresentables devaluaciones fiscales.

Ha habido suficientes experimentos burdos de ingeniería social, promovidos por un Estado inefectivo que lo mejor que sabe hacer es apropiarse de dinero ajeno para malgastarlo, o robárselo desde las más altas cúpulas gubernamentales. La carga tributaria actual afecta casi el 50 % del ingreso disponible de los hogares, y constituye el mayor lastre para la economía. Los impuestos están mal concebidos: desde el impuesto a la renta que no grava a la renta, sino que lo hace por anticipado al giro del negocio, hasta un impuesto a la salida de capitales que no tiene cabida en una economía dolarizada, que ahuyenta capitales, y mata la inversión.

Lo que en Ecuador se conoce como plusvalía es impulsado por la inflación (manteniendo el valor del activo), o como consecuencia de incremento en la demanda, frente a una oferta rígida (la tierra no crece, por ejemplo); todas las mejoras impulsadas por el régimen gubernamental son financiadas con impuestos que, repito, son dineros de los contribuyentes. La especulación, las burbujas crediticias, la inflación, los niveles de empleo, el bajo crecimiento, la desigual distribución del ingreso, y los desequilibrios de la balanza de pagos, todos son condicionados o impulsados por el gasto público descarriado que existe hoy en el Ecuador.

Las buenas palabras no resuelven los problemas económicos. Presidente, no se deje envolver por quienes ya demostraron tener la capacidad para arruinar un país. Han malgastado un tercio de trillón de dólares, y le han dejado a Ud. como legado no una mesa vacía, sino un taco de dinamita encendido en el asiento de su silla, con una mecha que no dura cuatro años.