Hurtado en 32 miradas
Nick Mills concibió una obra caleidoscópica. En su libro de 587 páginas publicado por la UDLA, aparece el expresidente Osvaldo Hurtado multiplicado: está él, sus reflexiones sobre la vida y la política. Están sus cinco hijos. Sus tres hermanos. Diez miembros de su gabinete. Siete políticos. Cinco periodistas. Un sindicalista.
La estructura es periodística. Son charlas en las cuales Mills privilegia el testimonio. Se siente que no busca datos; le interesan los contextos. La reconstrucción de momentos políticos, económicos o biográficos decisivos en la vida y la acción del expresidente.
Eso tiene para el lector una ventaja: esas 32 miradas no solo ciernen a Hurtado, presente en la vida política desde los años sesenta. El caleidoscopio resulta un reto y una invitación para que el lector reconstruya las historias revividas por los entrevistados. Seguir por ejemplo a Jaime Roldós. La transición a la democracia. Su candidatura y presidencia. El accidente que acabó con su vida. Las teorías de conspiración que se han ventilado. Y finalmente, en las últimas líneas del libro, la tesis de Hurtado, basado en el testimonio de José Dávila, jefe civil de la Casa Presidencial: Roldós murió en un lamentable accidente porque el piloto, Marco Andrade, decidió volar a Macará usando un chaquiñán. Se lo dijo mientras desayunaba y examinaba la carta de navegación.
Lo mismo ocurre con Hurtado. Sus hermanos y también él reconstruyen parte de su biografía. Su infancia en Riobamba y Chambo. Su carácter tímido. Su interés precoz por la política. Su estilo frío, cerebral. Sus padres, dedicados al campo, y opuestos a que él se dedicara a la política. Seguirlo a él, es entrar a la historia del país. La dictadura militar. La transición a la democracia. Assad Bucaram, Raúl Clemente Huerta y Julio César Trujillo. La formación de la Democracia Popular. La candidatura de Roldós y Hurtado y la reticencia del expresidente a afiliarse a CFP, aunque sabía que era una formalidad sin la cual no podría terciar en la elección.
No solo está la persona con sus luces y sombras. Está el presidente. Su carácter tolerante, como reconoce Vladmiro Álvarez, su ministro de Gobierno. Su rigurosidad metodológica como llama Abelardo Pachano, que fue gerente del Banco Central. Lo dice ponderando su actitud para oír a su equipo económico y tomar decisiones, después de horas de acuciosos exámenes, en momentos en que se temía por la estabilidad democrática del país y por el destino de su gobierno. Su serenidad para comunicar y el respeto que se granjeó, sobre todo entre los militares, basado en su honestidad. Y, claro, está Jamil Mahuad. Una historia en la cual se siente que Hurtado invirtió y salió lastimado. Es un tema espinoso en el cual colaboradores suyos, como Diego Ordóñez, le hace reproches. Hurtado no solo cuenta lo que pasó entre él y Mahuad, que él veía como su sucesor: responde las críticas. Quiere probar que respetó su palabra. Que previno a Mahuad sobre el estado crítico de la economía y su sistema financiero a punto de estallar. A pesar de la quiebra del Banco de Préstamos, Mahuad no oyó. Él es, se siente, el capítulo político más duro de la vida política de Hurtado. Más incluso que el 1 % obtenido en la elección presidencial de 2002, que él explica autocríticamente.
Una frase de Francisco Huerta pudiera resumir este inmenso trabajo de Nick Mills: “Hurtado dio una imagen internacional al Ecuador y un sentido de respetabilidad a la política y eso es rescatable en alto grado”. Además de algunos libros, también polémicos, que lo singularizan como político e intelectual.