La herencia de Guacho

La muerte de Walter Patricio Arizala alias Guacho, cabecilla del llamado Frente Óliver Sinisterra, y de su segundo al mando, conocido como Pitufín, es sin duda un duro golpe para las organizaciones criminales que controlan el tráfico de drogas en la frontera con Colombia.

Sin embargo, aún no se puede cantar victoria, en vista de que las células disidentes de las FARC siguen operando en las cercanías del Ecuador.

Además, todavía quedan muchas interrogantes acerca de la verdadera situación de las poblaciones del norte del país, por donde se realiza todo tipo de comercio ilegal ante una población atemorizada por la ola de violencia reinante.

Por ahora, las autoridades colombianas se concentran en la búsqueda de alias Gringo, quien podría relevar en el mando al peligroso Arizala, responsable del asesinato de militares, periodistas y civiles durante este año. Mientras tanto, la situación en el país no es de las mejores, una vez que la Policía anunció el decomiso de 91,2 toneladas de droga en 2018, cifra que preocupa por el aumento desmedido del microtráfico. Esto evidencia que la presencia del crimen organizado es cada vez más fuerte en el país, lo cual se traduce en muerte y desolación.

Otro de los aspectos que preocupa es la sospecha de que uniformados ecuatorianos estén involucrados en el tráfico de armas hacia la disidencia colombiana y a los carteles mexicanos, lo cual ha sido constatado en el proceso contra Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán que se sigue en Estados Unidos.

Por ello es urgente que el Ecuador coordine acciones para luchar contra las organizaciones criminales, pero lo más importante es que inicie una depuración profunda en las filas militares y policiales para acabar con los malos elementos que han sido seducidos por las mafias internacionales.

Las autoridades tienen la responsabilidad de garantizar seguridad para la comunidad, especialmente la de la frontera norte, que también necesita fuentes de trabajo e incentivos económicos para poder subsistir lejos del narcotráfico. Aprendamos de las experiencias colombiana y mexicana, cuyas instituciones fueron contaminadas por delincuentes desde sus cimientos, sembrando el terror en toda la sociedad civil. Aún estamos a tiempo.