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Perfil. Liliana Guamán lleva 19 años en el Cuerpo de Bomberos de Quito.René Fraga/ EXPRESO

Una ‘gacela’ camuflada de bombera

Es la más rápida y ágil para realizar rescates de compañeros caídos en una emergencia. A sus 40 años, su marca no ha sido superada por sus colegas

En el contorno del cuello carga una manguera de 30 libras. Porta un pantalón y chaqueta especiales. Lucen desgastados, percudidos... Son antiflagelos. En su espalda no solo carga la responsabilidad de ser una de las mujeres más rápidas del Cuerpo de Bomberos de Quito en el rescate de compañeros en situaciones de emergencia, sino que también descansa un tanque de oxígeno. Y un par de botas de cuero protegen sus pies. El uniforme pesa 60 kilos y cada uno se incorpora estratégicamente al cuerpo de Liliana Guamán, la gacela de los casacas rojas de la capital.

En esta institución ella lleva trabajando 19 años. A sus 21 se sumó a las filas rojas. Ingresó en la tercera promoción de aspirantes y entre 147 inscritos fue una de las 67 graduadas. Lo recuerda con orgullo y como si fuese ayer...

Mientras acomoda los broches de su chaqueta bomberil, revela que en cuatro años ninguna compañera ha logrado romper su marca de 17 minutos, por la cual se la consagra como la más ágil y veloz del grupo.

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Su entrenamiento es extenuante. Incluso algunos dirían que no es para mujeres, y ella lo sabe. Lo reconoce y también deslegitima el concepto de que la mujer es el sexo débil.

Yo siempre salgo con la convicción de que Dios me acompaña. Yo sé que el ‘Flaco’ es bombero y por eso en todo momento nos ayuda y resguarda.

En un lote de 120 metros cuadrados aproximadamente, más de 10 obstáculos o pruebas de resistencia esperan por ella. Desde el uso de la manguera de bombero para sofocar el incendio de un automóvil, el trote a través de un sendero o el ascenso a una torre de seis pisos y su descenso en cuerda, el gateo por medio de un sistema de alcantarillado con una longitud de cinco metros, el arrastre de un muñeco pesado por más de 10 metros y el desarme de una estructura de metal a partir del uso de un yunque: son ejercicios que Guamán realiza como parte de su entrenamiento físico cada semana, para no ‘quedarle mal’ a algún compañero que caiga en desgracia durante una emergencia y mucho menos a un civil que necesite de su agilidad.

Los 17 minutos que se toma en ingresar, extraer al compañero o civil caído y ponerlo a buen recaudo son de vida o muerte. Guamán no ostenta este reconocimiento con arrogancia, sino con humildad, pero ante todo con la intención de ser ejemplo para otras compañeras que recién se incorporan a las filas.

“La resistencia pulmonar es muy importante. Para eso entreno con mascarilla. Así ejerzo presión sobre mis órganos. También me alimento saludablemente, ingiero jugos verdes y hago ejercicio a diario. Los años no pasan en vano”, agrega la mujer de 40 años.

Con 1,65 metros de estatura y casi 67 kilos, Liliana se sienta en una de las gradas de la tribuna que son parte de la zona de entrenamiento y cuenta que en sus casi dos décadas de profesión ha atendido tantas emergencia y ha ayudado a tantas personas, que no lleva la cuenta exacta, pero al menos es un número de cuatro cifras.

Incluso rememora que hace unos años casi se convierte en parte de las cifras rojas de caídos en combate.

“Nos llamaron a una emergencia cerca de Monte Olivo. Una camioneta se estrelló en un parterre, en el centro de la Simón Bolívar. Ingresé a la cabina para extraer a las personas atrapadas y de repente un tráiler apareció a gran velocidad. Se venía sobre nosotros. Era inevitable. Perdió los frenos. Pese a eso, jamás abandonamos a las víctimas y solo confiamos en Dios, porque el ‘Flaco’ es bombero y nos salvaguarda de todo mal. Entonces, el tráiler logró hacer una maniobra y se fue contra una montaña que estaba al otro costado. Así hay algunos episodios, pero en todos la agilidad es la que cuenta para librar de ese riesgo a las víctimas”, relata sin inmutarse ni afligirse, porque alega que morir por otros es parte de su profesión.

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Entrenamiento. Las prácticas y ejercicios son parte de su rutina diaria para que su nivel se mantenga en los rescates.René Fraga/ EXPRESO

Entonces, el término ‘muerte’ la enmudece y sus ojos se ahogan. “Asistir al rescate de un familiar, en algún accidente, todavía no me ha tocado, pero no estoy preparada”. Y entonces habla sobre la muerte súbita, por un infarto, que enfrentó su padre hace ocho años.

Los últimos años he conservado mi marca de 17 minutos para rescatar a un compañero. Pese a que los años pasan, no me han superado en ese tiempo.

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“No pude salvarlo. No pude ayudarlo. Se me fue y eso todavía me duele. Pensé que a los míos jamás les pasaría algo así, pero me equivoqué”, musita.

Es momento de superar el circuito. Con la colocación de un casco sobre su cabeza sella la indumentaria y arranca.

Pese a la carga que porta, sus pies son ágiles y su cuerpo se bambolea de lado a lado. Inhala y exhala. Pasa uno, dos, tres, cuatro obstáculos y no desmaya. El cronómetro apenas marca 10 minutos. Y tras salir por una tapa de alcantarilla completa la cifra ansiada: 17 minutos.

¡Otra vez lo hizo! Y lo seguirá haciendo en el transcurso de los días, con víctimas reales, cuando por la radio de la estación un nuevo reporte ingrese.