El fraude

Las mismas viejas verdades de antaño resultan ser las nuevas de hoy. Nunca han dejado de estar presentes en nuestra contemporaneidad. Los fraudes electorales que ensuciaron la historia latinoamericana siguen vigentes y han mancillado también la trayectoria democrática ecuatoriana. Sus modalidades son muchas: unas, burdas y grotescas, como el hallazgo, años atrás, de originales de actas de escrutinio rodando por los suelos de un mercado local al día siguiente de unas elecciones. Otras, descaradas, como la admisión de una descomunal e imposible votación atribuida en una provincia interandina al rival de Raúl Clemente Huerta para alcanzar así su ilegítima victoria.

Hoy observamos artimañas como la enorme diferencia que existe entre la publicidad gubernamental a través de medios de comunicación de los que se ha apropiado. Las sabatinas presidenciales son el mejor ejemplo del abuso con dinero de los ecuatorianos. Simulan ser informes a la nación y no han pasado de ser, semana tras semana y año tras año, una tribuna de agresiva propaganda electoral de la revolución ciudadana y de improperios contra la oposición.

Los tiempos y las modalidades cambian, es cierto, pero el virus corruptor del fraude queda, renovado e insultante, y ha dado esta vez lugar a la denuncia de Sociedad Patriótica (SP) sobre un padrón electoral que superaría en tres millones de votantes el número real de ciudadanos. La denuncia no debería sorprendernos. Nuestra historia republicana está marcada por algunos gobiernos que arribaron al poder gracias al fraude y Osvaldo Hurtado así lo corrobora al referirse al período que se inició con Eloy Alfaro y se instaló por algunas décadas con el partido liberal como beneficiario. El fraude, con algunos intervalos, siguió carcomiendo nuestra democracia y ha llenado todo un bestiario histórico similar al de Venezuela y Bolivia, donde los “triunfos” revolucionarios de sus presidentes (afines con el nuestro) fueron tachados de fraudulentos.

La doble y triple emisión de cédulas de identidad que luego utilizará un testaferro deshonesto, se convirtió en moneda corriente. Resucitar a ciudadanos fallecidos revela un acto de corrupción concertada, un crimen organizado, sin que importe su volumen. Una sola cédula duplicada, ¡ una sola!, entraña una traición a la democracia y, por desgracia, solo ha concitado comentarios adversos, seguidos de una incomprensible resignación. Así es cómo viejas verdades cobran nuevas partidas de nacimiento; los muertos emergen de sus tumbas y votan con nuevos rostros de sus delincuentes portadores, mientras los organismos electorales y de control se felicitan por la figurada limpidez de cada proceso. Ha logrado SP captar la atención de la oposición, sin que deba importarnos el rédito que pretenda obtener. Macri logró triunfar en Argentina porque las juntas receptoras de votos escanearon y remitieron al instante al sitio web oficial, copia de sus actas que se convirtieron también de dominio público. Cerraron el paso a la mañosa búsqueda de errores en sus resultados, que en el Ecuador subsisten con una junta intermedia y oficialista que no goza de la confianza ciudadana. Nuestro reto es depurar el contaminado padrón electoral con una auditoria llevada a cabo por organismos ajenos al Gobierno. Sapos y culebras saldrán a la luz, sin duda.

Requerimos la presencia de organismos internacionales cumpliendo auditorías técnicas, así como de veedurías democráticas también internacionales. La voluntad e inteligencia populares aparecerán límpidas y aplastantes, como las de Venezuela y Bolivia, neutralizando nuevas artimañas. Con un padrón como el actual estamos admitiendo tácitamente la consumación de un fraude, a menos que nos guste la idea de que los muertos decidan por nosotros. Estaría entonces cercano el día en que oigamos voces de ultratumba aullando al unísono “somos más, muchísimos más, compañeros”.

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