Evolucion o involucion

Hay eventos históricos que por su recurrencia e incidencia son considerados piedras angulares del devenir de los países. Cito dos: las guerras civiles y las revoluciones.

Respecto de las guerras civiles, cuyo rango abarca desde la violencia organizada contra grupos étnicos, clases sociales y económicas, o el Estado mismo, hasta las guerras abiertas entre grupos adversarios de una sola nacionalidad, estas actúan a manera de “filtros” para provocar los cambios. Como ejemplos, los episodios de Estados Unidos y España, eventos que cambiaron, en cada caso, la faz del país: reestructuraciones profundas de la sociedad y del poder político, de las relaciones económicas internas y externas, y el eventual progreso (en el modelo deseado o no deseado) de los pueblos.

En lo que hace relación a las revoluciones, soy de la opinión que su potencial de cambio de paradigmas políticos, sociales y económicos es vastamente exagerado. Concuerdo con Chou En Lai (primer ministro de Mao) quien preguntado qué fue acerca de los cambios acarreados por la Revolución Francesa, contestó que “es aún muy pronto para evaluarlos”. Después de todo, la Revolución Francesa fue el punto intermedio de tránsito entre el Antiguo Régimen de los Capeto y el Régimen Imperial de Napoleón Bonaparte. La Revolución Mexicana instituyó un régimen de monopolio del poder por el PRI, el que demostradamente limitó el desarrollo de México. La Revolución Soviética duró siete décadas para volver al período del autoritarismo de los zares. La Revolución de Mao, finalmente, desembocó en el rechazo de los preceptos del comunismo y dio paso a la transformación capitalista que retornó a China a su lugar de potencia preeminente en el mundo.

¿Y en el Ecuador, qué? Pues bien, acá no ha habido guerras civiles. El proceso independentista produjo el cambio de actores en las estructuras de poder heredadas, estructuras que por lo demás permanecieron virtualmente intactas a lo largo del primer siglo republicano. La Revolución Liberal terminó muy mal para Eloy Alfaro, pero, en general bien para el país, pues se pudo configurar un Ecuador más moderno: el Estado laico, con todas sus limitaciones, es una opción superior al Estado eclesiástico del siglo XIX. De ese entonces a esta época se han dado otras revoluciones (con minúscula), incluyendo “la Gloriosa” del 28 de Mayo de 1944, un simple golpe de Estado que tomó el apelativo del derrocamiento del rey Jaime II de Inglaterra en 1689. Más recientemente, la altisonante denominada Revolución Ciudadana (RC) se descubre como un movimiento sin ideología que no sea la del monopolio del poder; movimiento que halló su circunstancia de permanencia en el debilitamiento del antiguo régimen de la partidocracia injertado a la fuerza en el ente político ecuatoriano; y que tuvo la fortuna (para sus integrantes) de coincidir temporalmente con los altos precios del petróleo, espejismo que ya se desvaneció.

En el Bicentenario de la Independencia que se aproxima carecemos aún de libreto para mirar hacia adelante. Es la lamentable confusión entre evolución e involución, o prestando la célebre frase de Jean-Baptiste Karr: “plus ça change, plus c’est la même chose”.

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