Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

El esperado retorno de un clasico literario

Cuando ya nadie pensó que era posible, la hasta entonces reclusa escritora norteamericana Harper Lee sorprendió al mundo con un anuncio: publicaría un nuevo libro tras cincuenta y cinco años de ausencia.

Su única obra, ‘Matar a un ruiseñor’, se publicó en 1960 y ganó el premio Pulitzer.

La obra narra la emotiva historia del abogado Atticus, defensor de un negro acusado injustamente de la violación de una blanca en el sur profundo de los años treinta.

La obra que anuncia Lee que publicará es una supuesta novela inédita. De hecho, es el primer borrador de la otra. Un manuscrito rechazado por 10 editoriales hasta que un experimentado editor de un pequeño sello vio algo que nadie había visto antes.

Tres años de reescrituras, no de la novela sino de uno de los flash-backs que nos retrotrae a veinte años atrás, y que nos da la historia que todos conocemos, en parte gracias a la película de Mulligan con un inolvidable Gregory Peck pero también a esa icónica novela que marcó al mundo y que aún hoy es una lectura obligatoria en los colegios secundarios de Estados Unidos.

Ahora, aquí está el problema. Un buen libro como ‘Matar a un ruiseñor’ necesitó tres reescrituras y el trabajo conjunto de editor y autora para ser extraordinario. Esto significa, casi de inmediato que la obra original, probablemente no será la que la audiencia espera.

No obstante, Harper Collins decidió arriesgarse con la publicación que, en sus primeros días de venta, recaudó millones. Sin embargo, la crítica está dividida.

El libro, como trabajo de estudio, tiene sentido y valor histórico y literario. Más aún cuando llega sin editar. Como libro de consumo, no.

El argumento es el regreso de Scout, vecina de Nueva York, a Maycomb, su pequeña localidad natal. Poco a poco ha de enfrentarse con que el recuerdo que tenía de su padre y entorno familiar no tiene nada que ver con la realidad. Una realidad que va supurando por unas heridas no cerradas respecto de los derechos de la población negra y el rechazo al intervencionismo estatal. El trayecto del personaje de Atticus, de héroe divinizado a villano amigo de la supremacía blanca, es lo que da más de qué hablar a sus detractores.

Con todo, el libro también tiene buenas noticias. Lee es una narradora de raza con claridad de página. El planteamiento inicial de la novela es entretenido. Escenas y personajes. La voz de la joven Jean Louise Finch, Scout, es adictiva. La influencia del adolescente salingeriano que hacía pocos años había revolucionado la literatura se hace notar, pero Scout tiene personalidad propia. Nos atrae su desenvoltura, su independencia, su arrolladora confianza en la modernidad de la nueva América mientras la población de Maycomb es intransigente y anticuada. También lo es Atticus, la tía Alexandra, el tío Jack y el pretendiente siempre rechazado, Hank. Aguanta bien esa primera parte aunque los flash-backs sean excesivamente cinematográficos.

Lee tiene la valentía de plantear que el conflicto racial y social es mucho más profundo y difícil de superar que desarmar al KKK, algo que en aquella época causaba profundas divisiones políticas y que años después estallaría en marchas y luchas raciales en Estados Unidos y cuyas secuelas aún se vislumbran.

Pero ese arrojo se diluye en nada por la bisoñez de la escritura.

Monólogos largos y reiterativos de Scout con unos y otros, argumentaciones ambiguas, embrolladas, el narrador que pasa de ser objetivo a subjetivo y un final abrupto y confuso que hace despeñar la novela por el precipicio sin freno posible y que dejarán con dudas al más compasivo de los lectores.

Sin embargo, como todo, la lectura es también una cuestión de gustos.