Por que EE. UU. fue vulnerable a las mentiras de Rusia

Cuando en Estados Unidos se cumple un año de la elección del presidente Donald Trump, muchos todavía se preguntan cómo obtuvo la victoria, y el papel de Rusia en ello adquiere cada vez más relevancia. Toda revelación nueva que surge de la investigación de la interferencia rusa en la campaña de 2016 arroja más luz sobre la vulnerabilidad del proceso democrático estadounidense. La semana pasada el Congreso anunció una legislación para obligar a Facebook, Google y otros gigantes de las redes sociales a revelar la identidad de quienes les compren publicidad, cerrando un vacío legal explotado por Rusia durante la elección. Pero las correcciones técnicas y las promesas públicas de mejor conducta corporativa solo resolverán la parte más visible del problema. El desafío más difícil es fortalecer instituciones vitales para el funcionamiento de la democracia: la educación cívica y el periodismo local. Mientras no haya avances en estas áreas, las amenazas al proceso democrático estadounidense se intensificarán, y resurgirán con cada nueva votación. Es muy preocupante la persistente negativa de los gigantes de las redes sociales a asumir responsabilidad por el volumen de información distorsionada y falsa que se presentó como si fueran noticias (incluso cuando el papel de Rusia comenzaba a ser más evidente). Las “correcciones” de Silicon Valley esquivan un hecho muy sencillo: sus tecnologías no están pensadas para separar la verdad de la falsedad, controlar la exactitud o corregir errores, sino para maximizar clics, reenvíos y “likes”. Los titanes de las redes sociales quieren reemplazar a los medios tradicionales como plataformas informativas, pero no parecen interesarles los valores, procesos y objetivos fundamentales del periodismo. El ataque de Rusia con noticias falsas a los votantes estadounidenses hubiera fracasado si no fuera por el segundo problema: un electorado mal preparado y susceptible de manipulación. El debilitamiento de la educación cívica en las escuelas y el cierre de periódicos locales (con la consiguiente menor comprensión pública de los temas y del proceso político) conspiran para crear terreno fértil para la siembra de desinformación. Conforme las grandes empresas de Internet van quitando ingresos publicitarios a los medios tradicionales, las redes sociales se han vuelto la principal fuente de noticias de mucha gente. Los periódicos locales van desapareciendo y se reduce el acceso de los votantes a data esencial para tomar decisiones políticas informadas. La responsabilidad cívica de los medios también parece haberse deteriorado. El manual de gestión de un fondo de inversión que posee tres diarios y 42 semanarios dice: “Nuestro cliente es el publicista”. “Los lectores son los clientes de nuestros clientes”. La intervención rusa en la elección presidencial de EE. UU. de 2016 fue un hecho histórico, pero también sintomático de retos más grandes a los que se enfrentan los estadounidenses. Una población que no entiende plenamente su propia democracia debe ser motivo de preocupación para los profesores de educación cívica y también para los expertos en seguridad nacional. Pero no hacía falta que viniera Putin a recordárnoslo. Ya lo advirtió Thomas Jefferson: “Una nación que espera ser ignorante y libre a la vez espera lo que nunca ha sido ni será”.