Derecha vs. izquierda

En épocas electorales vuelven a surgir las discusiones bizantinas de las derechas y las izquierdas. Las últimas han reclamado para sí los motes de progresistas, soberanos y solidarios, y en tiempos de apostasía contra el Gobierno de turno, osan decir que el Gobierno de RC es de derecha. La izquierda se acostumbró a presumir de ser la tendencia ideológica correcta, y con el fariseísmo que caracteriza su discurso político, sentencian que cualquier acción que tienda a desembrollar el enredo de la mala práctica de gobernabilidad impuesta por el socialismo del siglo XXI, los hace de derecha.

El buen entendimiento de la materia se juzga por los resultados, y, si queremos hablar en blanco y negro, estos son buenos o malos, mediocres o sustentables, deficientes o positivos.

Claramente, hay dos tendencias antagónicas en la economía: el mercado y la burocracia. La filosofía del mercado cree en la capacidad del individuo para tomar sus decisiones y emprender. La economía burocrática se basa en el ejercicio del poder estatal para regimentar la vida de los ciudadanos, regular hasta la asfixia el emprendimiento y violar la individualidad con falsas prédicas de la causa colectiva.

No conozco socialista alguno que no experimente el sueño recurrente de “qué nuevo impuesto poner hoy día”; cada conciliábulo de la burocracia tiene como objetivo cómo extraerle más recursos al contribuyente. Recursos que pasan a denominarlos dineros públicos (que no existen), desconociendo lo que son: dineros de los contribuyentes que son administrados por el Estado.

Entonces, para referirnos a la derecha: ¿cuándo ha habido gobierno alguno que crea en la economía de mercado y prefiera el libre albedrío a la interferencia burocrática?

La respuesta corta es que, salvo momentos de lucidez en los gobiernos de León, Sixto y Lucio, la evidencia es nula, por no decir ninguna.

Creer en el mercado significa defender el derecho de propiedad contra la intrusión injustificada del Gobierno; propugnar el imperio de la ley y de la proba e independiente administración de la justicia; y restringir las acciones gubernamentales dentro de la esfera del arbitraje, sin caer en la tentación de volverse juez, parte, jugador, árbitro y dueño de la pelota y del público.

Significa también apreciar el equilibrio fiscal como un bien público que debe ser respetado, y dirigir las acciones específicas de apoyo hacia quienes la necesitan, en desmedro de la supervisión micrométrica del accionar económico. El Estado no crea valor alguno, pero sí está dentro de su capacidad y responsabilidad el preservar y asegurar la generación de valor en la economía.

Ecuador es un país sin rumbo, a ratos más un gentío que una nación. Esa falencia se debe a que el ente político le rinde pleitesía al dios falso (el Estado) y se acepta sin chistar la doctrina perniciosa (el burocratismo). En liderazgo ha habido una sucesión casi ininterrumpida de blandengues intelectuales, cayendo más recientemente en la falacia del socialismo: doctrina de gobierno y práctica económica probadamente fracasada.

¡Da la impresión de que nos quedamos rezagados en la gran corriente de la historia!

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