Cinco razones para no quemar el ‘año viejo’

Cinco razones para no quemar el ‘ano viejo’

Durante 17 años un catedrático guayaquileño propuso a sus alumnos dejar de quemar monigotes. Decía que mientras se invierten millones de dólares en el mundo por el cambio climático, en Guayaquil cada año se hace una inversión millonaria para quemar hasta 500.000 muñecos en una hora, con los efectos contaminantes que conlleva.

No es fácil cambiar la idiosincrasia del porteño, dice Raúl Paz, profesor jubilado de la Espol. “Cuando se pregunta a las personas por qué los queman, dicen que por costumbre. Cuando se les insiste sobre qué pasaría si no lo hacen, responden que eso les traería mala suerte. Eso determina que es un tema cultural”, considera él.

Marcos Neumann Ruiz, un mexicano que desde hace 17 años vive en el país, psicólogo y vinculado al mundo de la cinematografía con películas como ‘Prueba de vida’ y ‘Conan’, se llevó el susto de su vida una noche de fin de año: pensó que se le incendiaba la casa. Pronto supo que los ecuatorianos quemaban sus monigotes. Esto lo llevó a realizar un cálculo: “La noche del 31 cada familia o grupo de trabajadores, con el pretexto de festejar el año nuevo, quema un promedio de hasta tres monigotes”.

Esto lo lleva a conjeturar que esa noche, en una hoguera bárbara, van al fuego 7’800.000 muñecos en todo el país. ¿Están conscientes los ecuatorianos de lo que esto provoca? Él mismo responde: enorme cantidad de basura, contaminantes arrojados a la atmósfera, saturación de los hospitales por enfermos de las vías respiratorias.

Francisco Plaza, un médico que inició una campaña en contra de esta costumbre, también tiene preguntas: ¿cómo es posible que con tantos daños las autoridades no reaccionen? ¿Hay responsables directos? En la lista aparecen desde los ministerios del Ambiente y de Salud, los municipios, bomberos, policías y agentes de tránsito. “La quema de los muñecos provoca cada 31 de diciembre muchos accidentes de tránsito y hasta incendios”, dice.

José Delgado Delgado, un ecologista que reside en Ginebra, asegura que el tema es un caso muy latinoamericano. “Este ritual se lo celebra también en la zona norte de Chile y el sur de Colombia”.

El ambientalista abona otro hecho: cada etapa de la confección de un monigote común y corriente que se expende en la vía implica un cierto tipo de afectación al ambiente. Desde el uso de pegamentos y pinturas con solventes y cuyo uso genera vapores que pueden causar desde somnolencia hasta náuseas,

¿Se debe eliminar esta tradición? Delgado cree que es complicado, por lo que recomienda disminuir los riesgos de accidentes por explosión y quemaduras, además de bajar la carga de materiales con los que se fabrican. Plaza, Paz y Delgado coinciden en que otra opción es no quemarlos.

Hasta hace 20 años, la tradición taurina estaba muy arraigada en el país, pero los tiempos cambiaron y poco a poco se instaló una conciencia colectiva contra las corridas. Quizás la marca ambientalista de este siglo opere igual contra la quema de los años viejos. Hay razones de peso para ello.

1- En una hora, la cuarta parte de la contaminación de un año

El efecto dañino que los guayaquileños generan en el ambiente en apenas una hora, corresponde a la cuarta parte de lo que contaminan en un año. Aunque no hay un estudio que defina la cantidad de humo, sí se puede precisar el número de monigotes quemados: 572.789, una proyección según la cantidad de familias que tiene Guayaquil. “Cada hogar en promedio está formado por cuatro personas. Cada uno quema un año viejo y hasta dos”, dice Raúl Paz, un excatedrático de la Espol, quien promovió hasta hace cuatro años una campaña de no quemar monigotes, sino diseñar muñecos ecológicos. Una quema que suelta una espesa humareda, hollín y cenizas (material particulado) y que se desplaza en el aire, donde puede durar hasta seis meses antes de desaparecer. Un componente que, si coincide con una precipitación, genera una lluvia ácida que cae en los cuerpos de agua y genera efectos en la fauna marina especialmente.

2- Una amenaza grave para los alérgicos y cardiacos

La quema de monigotes deteriora la salud. Provoca trastornos digestivos, del sueño, conducta, daños en los ojos y el pulmón.

Para el neumólogo Iván Chérrez, alergólogo de Guayaquil, esta costumbre de calcinar muñecos produce además espasmos bronquiales, sinusitis, faringitis, congestión nasal y tos.

La amenaza es grave, “sobre todo en personas de avanzada edad o que padecen asma o males cardiacos”, explica. ¿Por qué? La respuesta es simple: el humo y las sustancias tóxicas (y cancerígenas) que se liberan tienden a entrar en la sangre, afectando así las defensas, llegando a los alvéolos, el componente final del sistema respiratorio, y causando ahogamiento y una serie de alergias que pueden resultar mortales.

¿Qué hacer? Premedicarse. “La ingesta previa de fármacos antiinflamatorios o para abrir el bronquio, siempre recetados, evitará las complicaciones y crisis durante y después de las fiestas”.

3- Desorienta y afecta la salud de las mascotas

Las mascotas, en especial los perros y gatos, constan también entre los afectados. El sonido de los petardos, los destellos y el hollín aceleran su respiración, los desorientan y ‘obligan’ a actuar de forma impulsiva e imprudente.

En Guayaquil, a decir de la veterinaria Beatriz Cabrera, una de las pocas que trata a sus pacientes con ozonoterapia y acupuntura, son varias las pérdidas de mascotas que se registran en esta fecha por atropellamientos causados por su nerviosismo. A esto se suman las bronconeumonías y quemaduras ocasionadas.

Para contrarrestar los daños la experta recomienda refugiarlos en una habitación acogedora, abastecida de alimentos y alejada del ruido. Asimismo aconseja darles tranquilizantes. “Los naturales, como la valeriana y pasiflora, logran apaciguar su temor”.

4- Destruye bienes y las instalaciones eléctricas

La noche del 31 también estropea los bienes, pues además de incendios, la quema y explosión de polvorines podría provocar cortocircuitos.

Raymond Castillo, presidente del Colegio de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos del Litoral, indica que quemar los años viejos bajo los postes, transformadores o cerca de los cables o líneas de transmisión, los calentaría a tal punto que los arrancaría. “El hecho dejaría sin luz a todo un sector”. El apagón, sin embargo, lo sufriría no solo un barrio, sino varios puntos de la ciudad, si a causa de los petardos se incendia una vivienda y se comprometen sus conexiones eléctricas.

Ante la algarabía del festejo, el experto aconseja no sobrecargar los enchufes en casa. Varias averías y siniestros, precisa, ya se han reportado en el pasado por esta razón.

5- Causa daño auditivo temporal o irreversible

n Aunque los guayaquileños disfrutan de los fuegos artificiales, exponerse a tal tipo de ruido (que supera los 110 decibeles, el nivel soportado por el humano) estropea, a veces irreversiblemente, su audición. La detonación de estos artefactos puede provocar zumbidos, acufeno o tinnitus (percepción de ruido dentro del oído), de manera transitoria o permanente. Es por eso que la quema de monigotes es considerada por Francisco Plaza, coordinador general de la Fundación Médica contra el Ruido, Ambiente Contaminante, Drogas y Tabaquismo (Fumcoradt), como “una costumbre salvaje y ruidosa”. Aduce que la noche del 31 de diciembre se queman en el país hasta 8 millones de kilos de explosivos. “Una camareta genera hasta 140 decibeles, mientras que los tumbacasas 180, por encima del umbral auditivo del dolor”.