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El canto a la muerte que sobrevive en Esmeraldas

Una tradición de la zona norte de la Provincia Verde se resiste a desaparecer. Jóvenes toman este rito como herencia cultural

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Actividad. Cuatro integrantes del grupo Afroraíces, entre ellas, Yadira Mercado (fundadora), cantan arrullo al pie de la iglesia de la Casa del Pobre.Vanessa López, especial para Expreso

De una voz ronca deriva un murmullo de lamento melódico: “Beeendiiito préstame tu sombreeero” y un grupo de vozarrones en coro le contesta: “Cómo te lo preeeeesto si soy marineeeero” y, entonces, con una fuerza de ruido ensordecedor de tambores, cununos, guasá y maracas, más decenas de voces se disparan en un unísono con un ritmo acompasado y afligido: “Para ir a ver a Maríííaaa, para ir a ver a Jooosee”. Unos segundos y el sonido de los instrumentos desaparece abruptamente y solo queda la primera voz que dice: “Este niño quieeeere que le cante yooo”, y regresa el coro: “cántele su maaaadre la que lo parioooo”.

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El ruido de los instrumentos toma fuerza a medida que avanza el chigualo, el cántico al niño muerto. Los hombres más ancianos tocan los bombos y cununos con sus arrugadas manos, con tanta energía que parecen poseídos. Gritan y golpean los bombos mientras el sudor empapa sus guayaberas y camisetas, recorre sus frentes en pliegues negras y mejillas arrugadas. De vez en cuando, uno que otro recibe y bebe rápidamente un trago cristalino en pequeñas tapitas que le pasan otros acompañantes de la celebración fúnebre.

Varias mujeres de pie acompañan el coro y se menean de adelante para atrás. Su voz es de lamento y algunas lloran. Ignoran a los niños que entran al velatorio y las ven con sorpresa y a la discusión de un grupo de jugadores de naipe a su derecha.

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Se trata de un rito ancestral afroesmeraldeño que se realiza como despedida a un “angelito muerto”. Los cánticos son similares, llenos de tristeza y se llaman alabao cuando el difunto es un adulto. Si se trata de agradecerle a un santo por la realización de un milagro, el cántico se llama arrullo, es alegre y más resonante, tanto que se escuche a kilómetros de distancia hasta que el brutal susurro como agradecimiento llegue al “santito”.

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Una tradición esmeraldeña de cantarle a la muerte y a los santos que en la zona norte de esa provincia verde se extingue con la expiración de sus cantores, pero que renace en voces más jóvenes de quienes han tomado este rito como herencia cultural.

“Mi papito me cuenta que se amanecían de claro en claro cantando y tocando”, le cuenta EXPRESO Yadira Mercado de 38 años de edad, fundadora del grupo de arrulleras errantes, de las más famosas de San Lorenzo, al norte de Esmeraldas, en la actualidad. “Mi abuelito ítalo Mercado me enseñó los arrullos. Él no se perdía los cantos a San Antonio”, sigue.

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Con un grupo de amigas y vecinas, de su recinto La Casa del Pobre, Yadira formó hace dos años Afroraíces, un folclórico grupo de mujeres negras y amas de casa, que mantienen vivo el amor por los arrullos y que lo pregonan de pueblo en pueblo y parroquia en parroquia, con maracas y coloridos atuendos que ellas mismas confeccionan.

  • Riqueza. La provincia de Esmeraldas fue declarada como Patrimonio Cultural de Ecuador el 23 de julio de 1996. Los arrullos son parte de su acervo cultural.

“Cada quien con su cultura resalta sus espacios. Cuando se pierde la cultura, se pierde la identidad y por eso necesitamos que nuestra cultura siga viva”, dice Mirla Mina, otra de las integrantes de Afroraíces.

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Los velorios y los agradecimientos a los santos con arrullos, alabaos y chigualos son cada vez menos populares en esa zona de Esmeraldas, donde las nuevas generaciones, dice Yadira, están más apegadas a la tecnología y olvidan sus riquezas ancestrales. De ahí la importancia de Afroraíces, uno de los pocos grupos que, como el grupo Tía Gachita en el recinto Calderón o Rescate Cultural en la parroquia Lagarto, exaltan los arrullos y buscan su rescate en Esmeraldas.

“Porque lo que queremos es que más voces de arrullos nazcan y así esta tradición no se termine con nosotras”, acota Yadira.

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Afroraíces que, cuenta con dos cantoras que se turnan para hacer la voz principal y el resto son respondonas, que hacen el coro, también entona currulaos (cantos de danzas para el cortejo) y marimba (cantos de danza para fiestas). Lo que las ha llevado a participar fuera de los límites de su pequeño recinto y fronteras: Ibarra, Quito y Colombia.

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“La madre de este angelito que no deja de llorar, Madre mía de San Antonio cómo la hemos de callar”, canta Yadira y es coreada por sus compañeras, al compás de maracas. La presentación, al pie de la iglesia de La Casa del Pobre es sutil, pero conlleva la misma pasión que la de sus antepasados africanos, que le dejaron ese resto folclórico cuando llegaron a esas tierras que ahora es Esmeraldas.

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Luego de una pausa y de calmar la voz con agua, entonan sus arrullos favoritos y de su propia autoría: “Si la vida a mí me diera una segunda oportunidad, volvería yo a ser negra con orgullo e identidad…Si en la sierra se celebra el día de la Pachamama, en San Lorenzo celebramos nuestro tapao de canchimala”, celebran las mujeres.

Aunque son cada vez más famosas en su tierra, ellas no viven de sus presentaciones. No obstante, cuentan que buscan apoyo de las autoridades e instituciones para dejar de alquilar los instrumentos y crear un proyecto que consiste en la construcción de una casa cultural en la Casa del Pobre, donde puedan no solo mostrar, sino enseñar a los niños de ese recinto y de otros aledaños como Calderón, San Francisco, San Lorenzo y más, la bella riqueza ancestral que son los alabaos, chigualos y arrullos.