El calvario de Hillary Clinton

Hillary Clinton, una de las mujeres más respetadas del mundo, que ha ejercido algunos de los más altos cargos de la política estadounidense y ‘posiblemente’ sea la próxima presidenta de su país, ha tenido bastantes dificultades últimamente. Hace un año mucha gente pensaba que no le costaría demasiado obtener la nominación como candidata presidencial del Partido Demócrata. Sin embargo, ha sido un camino más complicado de lo que cualquiera (ella incluida), podría haber imaginado.

Por una parte, sencillamente no es una buena política. Para tener éxito en una campaña presidencial estadounidense se necesita una intuición extraordinaria, rapidez de reflejos y, sobre todo, un argumentario atractivo. Clinton ofrece numerosos programas que impulsaría de ser presidenta, pero, usando la expresión de Winston Churchill, su pastel no tiene sabor. En contraste, su rival Bernie Sanders compuso de manera brillante un mensaje persuasivo: el sistema está amañado y lo que lo mantiene así es el régimen corrupto de financiación de las campañas. Por otro lado tenemos el tema de la credibilidad. La integridad de Sanders es impecable, mientras que Clinton sigue dando razones para cuestionar la suya. Los Clinton aprovecharon su fama e influencia para amasar una fortuna. No se trata tanto de cómo ganaron ese dinero, sino de quién se los pagó. Mientras Bill hizo negocios con algunas figuras internacionales de dudosa reputación, Hillary ganó gran parte de la suya dando charlas a empresas de Wall Street, principal objetivo de la ira pública por causar la Gran Recesión de 2008. Y luego está la controversia por haber usado un servidor privado y no seguro, instalado en su casa de Chappaqua, Nueva York, para procesar sus correos electrónicos profesionales y personales cuando era secretaria de Estado durante el primer período del presidente Obama. El asunto señaló su falta de capacidad de juicio. ¿Cómo podía no haber estado consciente de que iba a recibir información clasificada a la que tendría que dar respuesta? Al hacerse público este tema, Clinton, tal como había hecho antes su marido, recurrió a legalismos: a través de su servidor no había recibido ni enviado información que “en esos momentos se hubiera marcado como clasificada”. Quienes siguen con atención su manera de hablar detectaron que algo no calzaba. Resultó que el Departamento de Estado tenía dos sistemas de correo electrónico: uno clasificado y otro sin clasificar, y un tipo de material no se puede enviar al otro. Para evitar mandarle información clasificada a su servidor privado, sus asesores lo hicieron por otros medios: oralmente o en resúmenes por escrito. Por eso “en esos momentos no estaban marcados como clasificados”. Pero los inspectores del Departamento de Estado han encontrado cientos de mensajes electrónicos enviados a su servidor y que deberían haberse considerado como clasificados.

Finalmente, lo que se suponía que sería una gran ventaja para su candidatura (la perspectiva de hacer historia como la primera mujer presidenta), no está funcionando como ella y su campaña esperaban.

Project Syndicate