
Los barcos cuestan desde dos millones de dolares
El ensordecedor ruido que envuelve los talleres solo es amortiguado por los cascos protectores de oídos, cuyo uso es requisito indispensable para estar en el sitio, un espacio de tres hectáreas junto a la ría en el que se forjan las embarcaciones comer
El ensordecedor ruido que envuelve los talleres solo es amortiguado por los cascos protectores de oídos, cuyo uso es requisito indispensable para estar en el sitio, un espacio de tres hectáreas junto a la ría en el que se forjan las embarcaciones comerciales y navales de la ciudad y del país.
Son en las instalaciones de Astilleros Navales del Ecuador (Astinave), donde las estructuras de metal toman forma a punta de cortes, moldeado, soldadura. Un trabajo que tarda unos diez meses y cuesta unos dos millones de dólares, tomando como referencia la construcción de una lancha de 20 metros, y dependiendo de la velocidad.
Dos millones es el valor inicial. De acuerdo con los insumos que se quiera adicionar este valor se incrementa. Así lo explica Camilo Delgado Montenegro, gerente general de Astinave, quien compara la suma de los valores a ‘tunear’ un vehículo: a más implementos en el buque mayores serán los costos.
“Una lancha puede valer desde 2 millones hasta 5 millones de dólares. Todo depende de la velocidad de la lancha, no es lo mismo que dé 10 nudos de velocidad, 20 o 30 nudos, tiene que incrementar la capacidad y la potencia de la máquina”, explica Delgado.
También depende de los insumos. “Si quiere tener un radar que le coja un pájaro a 60 millas, un Sonar que le dé exactamente la profundidad del agua, quiere ver en blanco y negro, en ámbar, en colores, todo eso va a incrementar el costo”, dice Delgado.
Para saber el costo que tendrá el buque se hacen los diseños de acuerdo con los requerimientos del cliente. Y ya con estos esbozos empieza la logística de adquisición; un proceso un tanto complicado en el mercado ecuatoriano, ya que la mayoría de lo que se utiliza debe ser importado, un 90 % de las piezas y partes no es de acá, explica Delgado. Ya con los insumos inicia la manufactura con los ruidos que eso implica.
A ese ruido, a los cortes del metal y la soldadura que salta y rechina, ya está habituado Luis Campos Bajaña, de 62 años, quien empezó en la empresa haciendo sus prácticas como colegial, a los 17, y una vez cumplida su mayoría de edad le ofrecieron quedarse laborando.
Oportunidad que no desaprovechó, pues considera que el sitio fue su escuela. “Aprendí la mecánica naval y cada vez me iban dando responsabilidades mayores”. Ahora, con sus 36 años de labores se desempeña como jefe de área de mantenimiento de los diques.
En los talleres impresionan las embarcaciones atracadas, unas en mantenimiento, otras en reparación o en construcción. De estas últimas, un esqueleto de metal que va tomando forma con el trabajo diario de al menos 40 personas.
Carolina Tumbaco es una de ellas. Es la única mujer soldadora que tiene el taller desde hace dos años, aunque en su primer día de labores ya quería renunciar. “No sabía que me iban a poner a trabajar directamente en los barcos, pensé ¿y si lo hago mal?, y si por mi culpa algún barco se llega a hundir”.
Eso no podría suceder, ya que después del armado total del buque este se prueba en el agua durante un mes.