Arrastrandose hacia Trump

El establishment republicano se apresuró raudamente a presentar al presidente electo Donald Trump como una garantía de continuidad. Por supuesto, no es eso en absoluto. Hizo campaña contra el establishment político y, como dijo en un mitin preelectoral, una victoria para él sería un “Brexit plus, plus, plus”. Con dos terremotos políticos en el lapso de unos meses, y otros que seguramente vendrán, bien podríamos coincidir con el veredicto del embajador de Francia ante Estados Unidos: el mundo como lo conocemos “se está desmoronando frente a nuestros ojos”.

La última vez que parecía estar sucediendo lo mismo fue la era de las dos guerras mundiales, 1914 a 1945. La sensación entonces de un mundo “que se venía abajo” fue capturada por el poema de William Butler Yeats de 1919 “El segundo advenimiento”: “Todo se desmorona; el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo”. En un momento en que las instituciones de gobierno tradicionales estaban absolutamente desacreditadas por la guerra, el vacío de legitimidad iba a ser ocupado por demagogos poderosos y dictaduras populistas: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Oswald Spengler tuvo la misma idea en su obra La decadencia de Occidente, publicada en 1918.

El pronóstico político de Yeats estaba moldeado por su escatología religiosa. Creía que el mundo tenía que transitar una “pesadilla” hacia “Belén para nacer”. En su época, tenía razón. La pesadilla que discernía se prolongó a lo largo de la Gran Depresión de 1929-1932 y culminó en la Segunda Guerra Mundial. Eran preludios del “segundo advenimiento”, no de Cristo, sino de un liberalismo construido sobre cimientos sociales más firmes.

¿Pero acaso las pesadillas de la depresión y la guerra eran preludios necesarios? ¿El horror es el precio que debemos pagar por el progreso? El mal muchas veces ha sido, en efecto, el agente del bien (sin Hitler, no habría Naciones Unidas, ni Pax Americana, ni Unión Europea, ni tabú sobre el racismo, ni descolonización, ni economía keynesiana y mucho más). Pero esto no quiere decir que el mal sea necesario para el bien, mucho menos que deberíamos desearlo como un medio para alcanzar un fin.

No podemos abrazar la política del levantamiento, porque no podemos estar seguros de que producirá un Roosevelt en lugar de un Hitler. Cualquier persona decente y racional anhela un método más tranquilo para alcanzar el progreso.

¿Pero el método más tranquilo -llamémoslo democracia parlamentaria o constitucional- debe colapsar periódicamente de manera desastrosa? La explicación habitual es que un sistema fracasa porque las elites pierden de vista a las masas. Pero si bien uno podría esperar que esta desconexión ocurriera en las dictaduras, ¿por qué el desencanto con la democracia se afianza en las propias democracias?

Una explicación, que se remonta a Aristóteles, es la perversión de la democracia por la plutocracia. Cuanto más desigual es una sociedad, más divergen los estilos de vida y los valores de los ricos con respecto a la gente “común”.

El aislacionismo de Trump es una manera populista de decir que Estados Unidos necesita dar marcha atrás con compromisos que no tiene ni el poder ni la voluntad de cumplir. La promesa de trabajar con Rusia para poner fin al conflicto salvaje en Siria es sensata, aunque implique la victoria del régimen de Bashar al-Assad. Desentenderse de manera pacífica de responsabilidades globales manifiestas será el mayor desafío de Trump. Y esto será alcanzar controles más estrictos sin perjudicar a la economía mundial o enardecer las rivalidades nacionales.

Project Syndicate