México. El Teatro Blanquita, en 2008. Allí cantó Julio Jaramillo entre los años 60 y 70, en el cénit de su carrera musical.

Los anos finales

J.J. fue un sujeto agnóstico, nunca sintió apetencias religiosas ni le preocuparon los asuntos del espíritu, peor el rito y sus monsergas; pues, al contrario, su conducta le quitaba tiempo para todo lo que no fuera las aventuras propias de toda j

J.J. fue un sujeto agnóstico, nunca sintió apetencias religiosas ni le preocuparon los asuntos del espíritu, peor el rito y sus monsergas; pues, al contrario, su conducta le quitaba tiempo para todo lo que no fuera las aventuras propias de toda jorga, canción y romance, haciéndole vivir las truculencias de este género a cada momento y siempre a salto de mata.

Los numerosos escándalos y prisiones fueron algo consustancial con su persona; más en confianza era diferente, pues le agradaba cocinar, especialmente ceviches y encebollados. El seco de chivo y el caldo de gallina estaban entre sus platos que preparaba con más frecuencia. Tomaba el café puro con una cucharadita de azúcar y apreciaba enormemente el hígado de pollo salteado que a muchos no les agrada pero que él decía que era un plato de reyes.

Su estatura no iba más allá del metro setenta centímetros, tenía los cabellos ensortijados, la piel cobriza, su físico era algo regordete y su hermano Pepe le llamaba “Memín” porque era muy bromista y acostumbraba esconderse para lanzar un golpe al estómago al primer amigo desprevenido que pasaba por su delante. Entonces reía a carcajadas.

En cuanto a cine, prefería las películas rudas, de acción, de vaqueros o a los Rocky, también ponía apodos que cuajaban y nunca fue amigo de los melindres ni de las exageraciones, todo lo hacía con naturalidad, inclusive sus maldades, porque no llegó a ser un chico malo, sino simplemente un chico irresponsable.

Cuando le despertaban se ponía iracundo y lanzaba puñetes, por eso interrumpían su sueño con la ayuda de un palo, para fijar distancias y evitar los golpes.

En 1973 se estableció en México con Nancy Arroyo, alquilaron un lujoso departamento en Polanco, uno de los barrios más exclusivos de la capital federal. El mayor mérito de esta gran mujer es el haber luchado con una gran dosis de amor, a veces con éxito y en otras no tanto, para hacerle olvidar el vicio del trago. Nancy fue una esposa ejemplar, porque vivir con un alcohólico demanda mucho carácter y ella siempre lo tuvo.

Lo raro de esto es que J. J. jamás probó las drogas a las que se llega por los caminos de los malos amigos y la bebida tomada en exceso.

En esta segunda llegada a México volvió a llenar de bote a bote el teatro Blanquita. Su esposa quería que ponga un negocio para normalizar su existencia dándole cosas que hacer y porque además avizoraba un futuro incierto, pero él no le hizo caso.

De México se desplazó en numerosas ocasiones a los Estados Unidos donde existen comunidades fronterizas de habla hispana. En Texas adquirió varios equipos para instalar una radio, pero como no disponía de los papeles de importación, los dejó encargados a un amigo en Tijuana y nunca se preocupó en reclamarlos.

En otra ocasión, estando de paso por Laredo, durante una fiesta popular sufrió un principio de infarto que felizmente superó exitosamente y terminó por restar importancia al incidente.

El 1975 vivió en Colombia. Este año, durante una entrevista radiofónica en Nueva York, al mencionar sus cualidades y defectos declaró: “El defecto que más me perjudica y más mal me hace es tomar trago, pero me gusta hacerlo y como cualidad te diré que soy muy bueno para tomar trago”. Y hablando de los millones despilfarrados aclaró: “No los he botado, me los he bebido, que es otra cosa, y además lo he hecho con gusto. He vivido”. Para agregar con una mirada maliciosa: “Tengo mis millones aquí, aquí y aquí” y al decirlo se tocaba las partes del cuerpo relacionadas con licor, dinero y las mujeres; es decir, la boca, el bolsillo y la bragueta.

Y de triunfo en triunfo, viajando siempre y sin un hogar estable, vivió veintiún agitados años que transcurrieron entre su primera gira en 1955 hasta su regreso a Guayaquil, el 23 de julio de 1976, cuando la firma comercial ‘J. D. Feraud Guzmán’ con motivo de sus sesenta años de existencia comercial, le trajo de Medellín, donde residía con su hermano Pepe para realizar varias grabaciones.

Su recibimiento en el aeropuerto fue apoteósico y al ser llevado al local de Radio Cristal cantó en el balcón para el pueblo.

El clamor fue general y bien impresionado por esta recepción pasó a la casa de su madre, a quien abrazó tras largas jornadas de ausencia. Pero su antiguo profesor de canto, Carlos Rubira Infante, al oírle cantar inmediatamente se dio cuenta de que ya no le daba la voz.