Absurdo tras absurdo

Sucedieron en seguidilla. El primero, un supuesto perjuicio de 41 millones de dólares que el Estado habría sufrido al comprar al Issfa unos terrenos que el propio presidente dijo en su momento “creo que valen 80 millones”. Si ese era en verdad su valor, el perjuicio lo habría sufrido el Issfa. La falta de transparencia fue lo relevante en ese negocio, pues solo al cabo de seis años se cree haber descubierto una lesión enorme en un contrato de compraventa que se inició con la oferta del Gobierno y se celebró obviamente de mutuo acuerdo. El Estado debería responder por su ineficacia culposa al ignorar cómo determinar el valor real de lo que compró o, como contrapartida, responder por lo que sería dolosa aceptación del despilfarro. Llámese miopía o ceguera selectiva, todo se resume a que algo que habría valido 6 millones fue adquirido por más de 47. Si esto es verdad, la tardía disconformidad presidencial sería pertinente, aunque reprobable su arbitrario procedimiento que solo corrobora el autocrático concepto que tiene del jefe de Estado, esto es, ser jefe de todas las Funciones, jefe de todos los Poderes, jefe de todos los estamentos, jefe, en suma, de todos... y todas.

Absurda fue la respuesta al reclamo del Issfa: la cúpula militar fue removida, y la paz y el orden resultaron vulnerados. En épocas no tan remotas, ello habría bastado para exacerbar ambiciones y generar la descomposición institucional que entraña una dictadura militar.

Persistiendo en tener a las FF. AA. como su objetivo, se anunció el ajuste de las pensiones de retiro, que tras nueve años de mutismo hoy escandalizan al Gobierno. Se estaría provocando un conflicto mayor; las manifestaciones ya están en las calles y las redes sociales exhiben convocatorias a movilizarse en pos del derrocamiento de Correa. Contrario a lo que mentes suspicaces insinúan respecto a que el caso Issfa es una mascarada que oculta un plan de retorno de Correa a corto plazo, es posible que algunos de sus arrebatos y exabruptos hayan sido espontáneos; pero al margen de su autenticidad o su farsa, las excitativas de Correa entrañaron el peligro de incendiar al país sin importar el baño de sangre que traería consigo. Un Correa desesperado, frenético y casi fuera de sí, sostuvo que el Issfa es un producto neoliberal; exhortó a los soldados y militares jóvenes a rebelarse contra sus superiores y pidió salir a las calles a defender lo que él considera su magna obra redentora. Nunca antes escuché a un presidente promover tan abiertamente el caos y dar paso a que el país arda en llamas.

El derrocamiento de Correa alimentaría el fantasma de su regreso al país cuando la crisis nacional (de la que es corresponsable y de la que no rendiría cuenta alguna), estalle con la brutal y prevista crudeza. Políticos como Correa siempre encontrarán a quien inculpar de sus propios errores. Se pretende así evitar el lógico y racional epílogo a los problemas que nos azotan, imponiendo el criterio gubernamental a empellones y coartando la participación de una administración de justicia correcta y constitucionalmente integrada.

El futuro no se afianzaría con solo derrocar a Correa, pues perdería el país su institucionalidad jurídica por un buen tiempo y terminarían olvidándose las irregularidades atribuidas a este Gobierno. Ese futuro exige que hagamos las cosas en regla, que el correísmo siga encaramado y haciendo de las suyas en el poder hasta el último día de su período y que su inevitable derrota nos lleve a un Estado de derecho en el que se destaque una Función Judicial integrada por jueces que se sepan independientes y a salvo de toda injerencia. Tenemos derecho a conocer de este Gobierno la verdadera dimensión de sus negatividades y de sus aciertos, abandonando lo heroico, lo sublime y lo histriónico, como lenguaje que envenena nuestra mente y envilece nuestra cultura. Y debemos desterrar la vocinglería revolucionaria que promueve el odio entre ecuatorianos. Todo esto es posible imponiéndole a Correa que siga cociéndose en el caldo revolucionario de su propia concepción y no acortando su período. Que Correa asuma ante la historia la responsabilidad emanante de su administración y de sus actos. Que dejemos, por fin, de vivir en el absurdo.

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