Quito

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El índice de mujeres en situación de calle es menor que el de hombres, pero ellas se enfrentan a un mayor riesgo por violencia y de fallecer de enfermedades no tratadas.Henry Lapo

La vida en situación de calle es más grave para las mujeres

Expertos señalan que la falta de acceso a la salud sexual y reproductiva se vuelve mortal.  No hay servicios especializados para ellas en la capital

Ana tiene 39 años. Vive en el parque El Ejido, centro-norte de Quito, con su esposo. Son indigentes. La última vez que ella acudió a una consulta ginecológica fue hace más de una década, cuando nació su última hija. Desde entonces, tiene hemorragias, pero no dinero para comprar toallas higiénicas. “A veces debo ponerme trapos”, lamenta.

Su historia desvela que las mujeres sin hogar no tienen acceso a la salud sexual y reproductiva, como deberían. Los riesgos para ellas se incrementan en la calle por la falta de aseo y chequeos médicos. La población de habitantes de calle de mujeres es menor que la de hombres y, sin embargo, ellas corren más peligro.

“¿Me puedes regalar una toalla higiénica? No tengo dinero para comprar una”, es la frase que taladra en las mentes de quienes las ayudan. Ana dice que cuando les va bien, a su esposo y a ella, con la venta de papel higiénico en las avenidas de la capital y la caridad que reciben de locales del Centro Histórico, pueden pagar un cuarto en el barrio La Libertad.

Paúl Túquerres, promotor comunitario del proyecto Habitantes de Calle del Patronato San José, comenta que los servicios de apoyo especializado para indigentes son pocos. Para mujeres son nulos. Su situación es invisibilizada. “Hay centros para adicciones, pero no para ellas”, explica.

Desde su labor en el abordaje de esta población, detalla los peligros a los que están expuestas: embarazos no deseados, violaciones, abuso sexual, trata de personas, violencia.

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Al menos otras 20 mujeres -además de Ana- se acercan cada mes al Hogar de Paz, ubicado en El Tejar, también en el centro. Allí, muchos hacen fila para recibir una ración de comida, ropa limpia, una ducha caliente, tapabocas.

Ellas son separadas de los hombres en el momento de la atención, piden también toallas higiénicas y alguna pastilla para los cólicos. Lo hacen con recelo. En voz baja, como si se tratara de algo malo. “A veces logramos que se queden aquí la noche cuando pasan esas necesidades”, cuenta Túquerres.

También hay cuadrillas de personal que van por la ciudad, sobre todo en el Centro Histórico, para abordar a esta población, para que se acojan a los programas de reinserción. No se puede obligar a nadie a salir de las calles, debe ser voluntario.

El funcionario explica el problema de la falta de aseo conlleva a infecciones de sus partes íntimas: vaginales y a las vías urinarias. Además, cuando buscan pareja “para que las cuiden”, ellas se exponen a las enfermedades de transmisión sexual. Y al no tener acceso a un ginecólogo, se agravan. Las pueden matar.

Rebeca Yánez, psicóloga clínica y coordinadora de Salud Comunitaria de la Cruz Roja Pichincha, afirma que desde los abordajes casi no han encontrado habitantes mujeres. “Sabemos que hay, pero en los espacios a los que vamos no están. Quizá porque buscan refugio en otros lados”.

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Supervivencia. Quienes no tienen pareja, viven en grupos para evitar ataques y asistirse en la búsqueda de alimentosHenry Lapo

Alexandra, de 44 años, también llega al Hogar de Paz. Mientras espera por la desinfección y la ducha, se toca el vientre varias veces. Lo esconde debajo de una chaqueta lila. “Tengo síntomas de embarazo”, dice susurrando. Aún no se ha atrevido a contar a las funcionarias del Patronato sobre sus sospechas.

Oriunda de Guayaquil, ella tampoco se ha hecho ningún control prenatal, pues lo más urgente por ahora es matar el hambre, luego de pasar varios días en casas de vecinos y luego en la calle. Cuenta que su casera la desalojó del cuarto en el que vivía porque ella ya no tenía dinero para pagar. De su pareja prefiere no hablar porque “no vale la pena”.

Aunque ella pudo dejar a su conviviente, la mayoría no lo logran. Se debaten entre ser violentadas o exponerse a otros peligros. Sus parejas, de alguna manera -dicen- representan seguridad.

Para Yánez, estas son relaciones tóxicas. Las mujeres sienten que no tienen a nadie más, han sido separadas de sus hijos o de sus familiares y simplemente no saben que habitan las calles. “Hemos visto que algunas tenían golpes y quemaduras”, agrega.

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Pero esto, explican los expertos, deviene en enfermedades mentales como depresión, estrés postraumático, ansiedad o fármaco dependencia, igual de graves que las enfermedades físicas.

Piedad tiene 50 años, y ha encontrado una posada en el Hogar de Paz. En las mañanas recoge cartones y plásticos para vender y por las tardes duerme en el sitio, no sin antes bañarse, alimentarse y que la peinen.

Ella cuenta que no ha sufrido maltratos en la calle, pero sí de su familia en Santo Domingo de los Tsáchilas. “Me pegaban, me insultaban y me fui”, relata. Eso ocurrió hace unos siete años.

Rebeca Yánez, explica que esa es una de las razones para que las personas habiten las calles. “Por eso cuando se busca una vinculación con la familia, se niegan. El problema es muy complejo”, enfatiza.