Editorial | Ministro, evalúese

Nada de eso ha cambiado. Por más que la propaganda gubernamental muestre un país muy diferente al que se siente

¿El ministro del Interior tiene algo de qué enorgullecerse de su gestión? Más allá de las recapturas de capos del narcotráfico que, dicho sea de paso, se escaparon de cárceles administradas por el mismo Gobierno, no hay mucho de qué deba enorgullecerse. Puede exponer cifras de reducción de las muertes violentas y ajustarlas para que la construcción de la narrativa comunicacional -para lo que sí es bueno el Gobierno- muestren un escenario favorable a la línea gubernamental, pero lo que siente la gente en la calle dice otra cosa.

Los locales comerciales y los puntos de ocio nocturno siguen cerrando temprano. Los turistas prefieren viajar por el día y regresarse por la noche a sus casas por temor a que les roben. Las extorsiones son cada vez más frecuentes. La presencia del Estado es poca o nula en los barrios más conflictivos de las ciudades. Esa es la realidad. Nada de eso ha cambiado. Por más que la propaganda gubernamental muestre un país muy diferente al que se siente.

El ministro debería hacer un enorme acto de conciencia, valorar sin pasiones y con mucha serenidad y frialdad si está honrando el juramento que le hizo a los ciudadanos: cumplir sus obligaciones y la ley. Lo que se ve, lamentablemente, es a varios ministros hacer de actores y parlantes del mensaje político del Gobierno y no de asesores del presidente y gestores de sus decisiones.