Editorial | Imbabura, secuestrada

Es momento que las voces autorizadas de exministros, expresidentes de la República y otros puedan brindar algo de luz

Imbabura siente hoy lo que Quito vivió en 2019 y 2022. La provincia fronteriza se ha convertido en una isla. El cierre de carreteras durante más de veinte días de paralización convocada por el movimiento indígena ha dejado a sus habitantes en el abandono: desabastecidos y sin poder trabajar en paz. La negativa tanto del Gobierno como de los líderes de las manifestaciones a iniciar un diálogo honesto y frontal mantiene a Imbabura en el epicentro del caos, sin una solución visible.

Sentarse a conversar no significa ceder, sino tener la mente abierta para escuchar las exigencias de ambos lados y encontrar un punto medio que beneficie a las partes en conflicto. Cualquier salida legítima y legal que busque el bienestar del pueblo debe ser considerada. Prolongar esta situación solo profundizará la herida en los sectores productivo, industrial, turístico, comercial y, sobre todo, en el ánimo de los habitantes de la provincia.

Es momento de que las voces autorizadas —exministros de Estado, exvicepresidentes, expresidentes de la República y otros referentes— aporten con luz y sensatez en medio de la tormenta. Que propongan soluciones concretas, ya que las partes en conflicto parecen cerradas al diálogo y a la búsqueda de una salida a un problema grave que, además, desvía la atención de otros igualmente urgentes: la lucha contra la delincuencia organizada y común, la reparación de la red vial y el abastecimiento de medicinas en los hospitales. Es hora de actuar.