Editorial | Un fiscalizador indigno

Ha quedado reducido a meras acusaciones nada menos que entre delincuentes sentenciados y prófugos de la justicia

Si alguna virtud debiera indispensablemente adornar a cualquier legislador que aspire a presidir la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional es la respetabilidad. Solo así sus actuaciones pudieran estar alejadas de toda sospecha, pues entendería muy bien que su prestigio siempre tendría que estar al servicio de los más altos intereses nacionales, por encima de bancadas o mezquinos intereses, propios o ajenos. Pero lamentablemente en el Ecuador de hoy, donde campea la cultura del fraude y la mediocridad de la clase política se ha normalizado, nos vemos abocados a espectar vergonzosas actuaciones, de la más baja ralea. Es la entronización del lumpen en la clase dirigente.

Es así que resulta totalmente intolerable que el debate público serio y de altura haya quedado pulverizado. Ha quedado reducido a meras acusaciones nada menos que entre delincuentes sentenciados y prófugos de la justicia. Y más intolerable es que quien ha fomentado semejante espectáculo en la Comisión de Fiscalización, siga impasible en funciones sin que a nadie parezca incomodar siquiera. Si algo de dignidad tuviese, su renuncia ya estuviera presentada. Y si no lo ha hecho -o hace- un Legislativo que quisiera empezar a ser decente tendría que activar los mecanismos apropiados para removerlo sin contemplaciones.