El otro virus

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'La unión requiere líderes ¡que miren el bosque y no su arboleda! Que vayan a la mesa a proponer y a ceder. Sí, a ceder...’.

Llevamos un mes en la cresta de la ola de la más grave crisis sanitaria, y de la que también apunta a ser la peor hecatombe económica de nuestra historia. A diario recibimos noticias y bulos (más bulos que noticias) que ahondan nuestro dolor, nuestra ignorancia, nuestro miedo. Combatimos el tedio, la ansiedad o el espanto con cuanta medida lícita, o ilícita, tengamos a la mano.

Me gustaría decir que vamos a salir más fuertes. No lo creo: si salimos lo haremos agradecidos, sí, pero también magullados, rotos, excluidos algunos, resentidos muchos. Ojalá me equivoque. Por ahora los hechos impiden el optimismo: salvo los maravillosos esfuerzos de personas o colectivos sociales, hay muy poco de lo necesario para superar la tragedia: unidad y empatía.

El Gobierno -que no está precisamente lleno de gente competente- hace lo que puede: ni la cabeza ni la templanza les da para más a sus funcionarios, pero reconozcamos que tampoco les da la devastada caja fiscal. Con solo criticarlo, nada avanzamos: hay que proponerle alternativas económicas válidas, para que deje de tener las prioridades al revés. Alternativas claras y so-li-da-rias. Crear divisiones partidistas en estos momentos es demente, no solo inmoral. Y profundamente ineficaz.

Por eso, las rencillas de los ottos y las cynthias, las bajezas de las hinostrozas y los grandas, los diagnósticos apocalípticos tanto como las críticas a todo, solo socavan lo que más requerimos: esfuerzo mancomunado, músculo de unidad.

Si nuestros líderes (políticos, sociales, empresariales, sindicales, comunitarios) no miran más allá de sus intereses, el virus seguirá avanzando. Y seguiremos perdiendo valiosísimo tiempo y energías para apuntalar a marcha forzada el sistema sanitario y atender la economía, sin la cual no hay empleo ni salud.

La unión requiere líderes ¡que miren el bosque y no su arboleda! Que vayan a la mesa a proponer y a ceder. Sí, a ceder. Porque cuando la alternativa es el cataclismo, ceder es un acto de empatía y supervivencia.

O hacemos eso o nos puede destrozar un virus que en estas circunstancias es más letal que cualquiera: el de la desesperanza.