Una herencia perversa

La justicia pervertida del Chucky Seven es tan nefasta como la que inventó un cuaderno de sobornos y dictó sentencia sobre delitos no procesados...
Nuestra clase política, en su mayoría, es tóxica. Y como todos los tóxicos, sus integrantes no solo se encharcan en su lodazal, pues ya no saben cómo salir de él, sino que esparcen su veneno. Satisfacen su vicio pero nos dejan de legado sus consecuencias.
Hay dos modos que ilustran este proceder: su talante golpista para deshacerse del gobierno de turno como sea y su utilización de la Justicia, a la que controlan como titiriteros. Hagamos memoria: fueron golpes de Estado los que echaron a Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez. Que hayan sido pésimos presidentes o que quizás merecían juicios penales y no políticos, no justificaba retorcer la ley. Ni violar las reglas de sucesión presidencial, en forma y fondo, como cuando se olvidaron de que Rosalía Arteaga era la vicepresidenta o cuando posesionaron a Gustavo Noboa en el Ministerio de Defensa, escoltado por quienes parecían sus jefes y no sus subalternos.
La otra forma es igual de funesta: utilizan como vasallos a jueces y fiscales para perseguir adversarios por el delito que tengan más a la mano, aunque las pruebas sean endebles o, incluso, fraguadas. La consigna es acabarlos como sea. La justicia controlada es la perversión de la democracia. Lo extraño es que quienes la critican cuando la usan sus enemigos, la miran bien cuando es en su provecho. ¿Por qué la controlada por Rafael Correa les parecía perversa, pero no la que usó Lenín Moreno?
La justicia pervertida del Chucky Seven es tan nefasta como la que se inventó un cuaderno de sobornos y dictó sentencia sobre un delito no procesado. Y no, no alcanza decir que quien a hierro mata a hierro muere. Vuelvan a las cavernas quienes no entienden lo que es una sociedad regida por derechos y presunciones de inocencia. Si quieren el “ojo por el ojo”, quítense las caretas. Y usen taparrabos.
Hoy la clase política dominante se apresta a un nuevo sainete, donde los indicios son pruebas y los procesos diáfanos una molestia. ¿Quieren echar a Guillermo Lasso? Esta vez recurran al archivo, que no muerde. Honren la ley y dejen de escupir para arriba. Porque su saliva inmunda nos llega a todos.