Desarmados

La decisión significa abrir el campo a que se armen no quienes necesitan y claman por un control, sino quienes auspician y causan el desangre...
Los huecos que tiene la decisión del presidente Guillermo Lasso de autorizar el uso de armas (para defensa personal) son más numerosos que los de un queso suizo. Imposible abarcarlos en 2000 caracteres. Apuntemos solo un par: el primero es que la decisión implica, por sí misma, la declaratoria oficial del Estado de haber fracasado en su deber de protección. La seguridad ciudadana es un derecho humano fundamental, recogido y ordenado por los tres principales tratados planetarios y regionales sobre derechos, y de los cuales Ecuador es signatario. El primero, la Declaración Universal de la ONU.
Esto no significa que el Estado garantiza que, por ejemplo, no nos maten, roben o asalten, circunstancias aleatorias que ningún régimen puede atajar al 100 %, pero sí significa que es su obligación inexcusable el promover las condiciones sociales para prevenir y controlar (y posteriormente sancionar) situaciones de inseguridad.
Ese debe ser el objetivo de políticas públicas de seguridad, que implican protegernos, crear ambientes sociales de relativa paz y progreso, y ejercer el control comunitario con apego a la ley. El problema con Ecuador es que no las tiene y ya está claro que con este ¿presidente? no las tendrá.
El segundo es que la decisión significa abrir el campo a que se armen no quienes necesitan y claman por un control, sino quienes auspician y causan el desangre. ¿Quién cree Lasso que podrá adquirir más fácilmente un arma: el dueño de una tienda barrial de abarrotes o la gavilla de criminales que lo extorsiona para ‘garantizarle’ que no va a destrozarle el negocio si no paga? ¿La anciana que regresó de España o los asaltantes que la mataron?
Para no hablar de la torpeza enorme que implica desconocer una realidad: en todos los países que abren el uso indiscriminado de armas se dispara el número de accidentes mortales por la ineptitud en usarlas. Y es lógico: solo en la Play Station es ‘bacán’ disparar. En el mundo real es un ejercicio que mixtura (o debe mixturar) la serenidad y pericia.
El ¿presidente? anda perdido. Acaba en realidad de desarmar –aún más- a la sociedad frente al crimen organizado.