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Chile: peligro a la vista

Avatar del Rubén Montoya

La democracia nunca debe dejar de mejorarse. O termina por retroceder hacia esos que solo miran la vida desde un color, desde un extremo

La vida viene en colores, no solo en blanco y negro: los matices y los claroscuros suelen ser muchas veces más hermosos y esenciales. Pienso eso cuando analizo la política en nuestra región, tan dada a las diferencias irreconciliables, a los “conmigo o contra mí”. Pienso eso cuando reviso los resultados de las elecciones del domingo pasado en Chile.

En política los extremos han hecho mucho daño: Fidel Castro no era menos canalla que Augusto Pinochet, aunque la izquierda lo siga endiosando y olvide que las miserias de Cuba llevan su nombre. Y Pinochet fue un asesino y un ladrón, por más que la derecha se coma el cuento del milagro chileno que le debe su éxito a la llave abierta de la ayuda norteamericana. Rafael Videla era un tirano sanguinario, tanto como hoy lo es Daniel Ortega. Y Nicolás Maduro los supera a todos, porque además de mafioso da vergüenza ajena… Ya se sabe: los tontos con iniciativa son re-peligrosos.

El resultado electoral chileno deja el peligro de que vuelvan los extremos: los ganadores representan las orillas de la derecha e izquierda. Los dos se han mostrado intolerantes. José Antonio Kast admira a dos impresentables: Donald Trump y Jair Bolsonaro, y venera el recuerdo del peor dictador que ha tenido Chile… Sí, Pinochet, el que pedía que a los opositores “los pongan en un avión y en el camino los vayan tirando”. Y Gabriel Boric va de la mano de los que extrañan la vigencia del partido único, los comunistas: esos que decretan qué debes pensar, decir, condenar, apoyar… o te declaran su enemigo y te persiguen. Como pasa hoy en Nicaragua, Venezuela, Cuba. Y, por supuesto, China.

El triunfo de los extremos preocupa. Chile lleva 7 gobiernos consecutivos respetando la alternabilidad democrática. ¿Qué hicieron los moderados tan mal que ahora perdieron?

Quizás, perder de vista que la democracia nunca debe dormirse en sus logros. Cuando los pueblos toman conciencia de sus derechos, se vuelven más críticos y demandantes. Y está bien que así sea. La democracia nunca debe dejar de mejorarse. O termina por retroceder hacia esos que solo miran la vida desde un color, desde un extremo.