El candidato que necesitamos

El candidato que tenga la audacia de pedirnos un voto debería poseer estos requisitos, por lo menos: primero, honestidad a prueba de SRI
En épocas de elecciones se repiten conductas para sentir que nos preparamos bien. Las clases dirigentes aceitan sus contactos para estar cerca de quienes tengan chances de triunfo; los medios reciclan temas que agotaron en la elección pasada; y los políticos afilan uñas, tensan gargantas y arman listas de candidatos mezclando don nadies con figuretis, en ambos casos con los requisitos que más los cotizan: maestrías que no les sirven para nada y una profunda vocación de chupamedias.
Como parte del menú, sesudos analistas nos dicen cuál es el perfil del candidato ideal y qué debe hacer para desayunarse al grueso de votantes, pero el diagnóstico nunca incluye contarnos cuándo, dónde, cómo o a cuántos consultaron para dar con el perfil bendito.
Al líder que esta vez necesitamos lo han definido así en las radios: decidido, carismático, enérgico. Y como venimos de un señor en silla de ruedas y otro que precisa de muletas, se agrega una vitalidad de roble. Que no tenga aura de negociador, además, sino pinta de patear al perro. Y mejor si entra al ruedo blandiendo la vara mágica que nos librará de los narcos. Y ya está.
Los politólogos y publicistas en cada elección hacen lo mismo: son capaces de vender por igual un jabón o una guerra, como bien decía Galeano. ¿Alguna vez tendrán la honestidad profesional mí-ni-ma para decirnos no lo que quieren los dueños del poder, sino lo que el país necesita?
Discrepo con ellos. El candidato o candidata que tenga la audacia de pedirnos un voto debería poseer estos requisitos, por lo menos: primero, honestidad a prueba de SRI y de su familia, porque alguien que no pague impuestos no debería ni vernos a la cara; y de ñaños, cognados y agnados corruptos estamos hasta las narices. Segundo, humildad, para entender que es mortal y que se lo elige por un período específico y no por la eternidad. Alguien que entiende eso es, para mí, un sabio. Y tercero, la valentía de una madre cuando defiende a un hijo. Porque para arreglar este país hay que vencer no a una, sino a varias mafias. Y a esas no les ganan los que solo son buenos y honestos.
Ese es mi candidato. Para empezar.