Columnas

El año sin tregua

"Que nos sigan mintiendo con el número de muertos: dicen que son 14 mil, pero hay más de 40 mil que no registran, y contando..."

En la madrugada de hace 5 días mi amigo Juan Eduardo Mendoza murió. Después de Eduardo Tigua, es el segundo compinche del Vicente que se nos va. Hace pocos días, Jimmy Araujo, ese padrino de causas perdidas y fiel lector y amigo, se fue tras pelear semanas contra el virus maldito. Como él, Juan agonizó casi un mes: sus partes médicos eran un vaivén que registraba el arsenal de antibióticos que le aplicaban y las décimas de fiebre que subían y bajaban como los latidos de quienes lo queremos: fluctuando entre el desaliento y la esperanza.

Afuera, las noticias del horror escasean. Y se entiende: la tragedia convive con nosotros, ya no es extraordinaria, es parte del paisaje. Hartos de estar hartos, cansados de las malas noticias que inoculan el desánimo, queremos un placebo que nos devuelva la esperanza. La fe ciega, que no entiende de razones. Que nos diga que ya se acaba, que ya basta. Agotados, muertos del cansancio y engordados, pero de pena, solo queremos que nos mientan. Así como lo hace nuestro amoroso presidente y su secuaz preferido en el delito, el ministro de Salud.

Que nos sigan mintiendo con el número de muertos: dicen que son 14 mil, pero hay más de 40 mil que no registran, y contando… Que nos vuelvan a mentir con que tendremos vacunas en enero, que nos den circo del bueno mientras el pan escasea y el show electoral nos distrae neuronas y pesares. Quizás votaremos por el primer farsante que nos prometa empleo, aunque no nos dé una mísera pista de cómo, dónde, cuánto.

Afuera la vida sigue su trayecto. Y lo entiendo. Adentro, en los hospitales y en las casas, sigue detenido el año del espanto. Y aunque es verdad que debemos luchar y resistir sin pensar que solo a nosotros nos llega la tragedia -porque esta sí es de casi todos- hay días en que solo precisamos una tregua. Yo la quiero. ¿Usted no? ¿No la necesita a veces? ¿Por unos días, tal vez?

Una tregua para llorar, como se merecen nuestros muertos. Y luego seguir en la pelea. Una tregua, solo una, para que nuestras puteadas se las lleve el viento. Y para que el abrazo, por una, una, una sola vez no sea virtual sino de adentro.