El secreto mejor guardado del rebaño

Cada vez que abre la boca, suelta una patraña que contradice la anterior.
Lo que de verdad necesita el expresidente prófugo, más que nunca en estos tiempos en que nueve de cada diez bascosidades que balbucea o pergeña compulsivamente en las redes sociales son en defensa propia, es una libretita. Mejor si es uno de esos cuadernos de contabilidad que dividen el espacio de la página en columnas verticales donde se distribuyen los débitos y los haberes, las fechas y las circunstancias. Así podría ir registrando, con el solo propósito de no quedar como el perro (cosa difícil, tratándose de un perro, pero no imposible), las mentiras que despacha día a día con el fin de capear el temporal de juicios, acusaciones y situaciones bochornosas en las que se colocó solito a lo largo de sus años de actividades delictivas. Que no son pocos.
En la primera columna podría consignar el expresidente prófugo su mentira, textualmente, tal como la dijo. En la siguiente, la fecha. Una reseña del motivo que la provocó. Notas varias, enlaces con videos y documentos. Y, finalmente, si por una vez consigue juntar el coraje suficiente, cosa harto dudosa porque el expresidente prófugo es un cobarde de proporciones épicas, podría anotar en la última columna aquello que más miedo le causa: la verdad. Una hoja de Excel y la ayuda de Pabel Muñoz, cuya única destreza conocida es diseñar formularios para complicar la vida de los contribuyentes, le serían útiles. Con ese registro y la disciplina necesaria para consultarlo a diario, podría el expresidente prófugo evitar el ridículo que ya se ha vuelto consustancial a su tristísimo personaje; el ridículo en el que se hunde irremisiblemente cada vez que se contradice en cuestiones que considera de vida o muerte, cosa que ocurre día por medio. Una libreta le ayudaría a mantenerse fiel a sus mentiras, ya que no consigue serlo a nada más.
Su último ridículo fue esta semana a propósito del caso Gabela, ese asesinato en el que le cupo el papel de presunto encubridor, ya que no de cómplice. Conocedor, desde el primer día, del tercer producto del peritaje de Roberto Meza, en el que se establecen los nombres de los probables autores intelectuales del crimen, el expresidente prófugo guardó el secreto y lleva ocho años sin ponerse de acuerdo consigo mismo sobre lo que debe decir al respecto. Cualquier cosa menos la verdad, es lo único que sabe a ciencia cierta. Y ya que su memoria es una birria (como todo en él) y se niega a consignar sus mentiras por escrito en una libretita que pueda consultar antes de meter las cuatro, resulta que cada vez que abre el hocico o le da a la tecla para pronunciarse sobre el tema termina componiendo una patraña distinta a la anterior y que la contradice por completo: que si el tercer producto no existe, que si el tercer producto sí existe pero él no lo ha visto (mentira descarada porque tuvo dos delegados personales suyos en la reunión en la que ese informe fue presentado), que sí existe y sí lo ha visto pero no dice nada grave… En fin: el expresidente prófugo desgrana mentira tras mentira sin pararse a pensar ni por una fracción de segundo en lo que dice. Ese es el punto: habla sin pensar. Una de las delicias de verlo debatirse en su miseria y asfixiarse en su propio tejido de embustes es descubrir lo que durante más de diez años fue el secreto mejor guardado del correísmo, a saber: que el expresidente prófugo es un ser profunda, abismal, insondablemente pendejo. Nomás hay que leerlo.