Los tales progresivos, ¿sirven de algo?

Que a la política ecuatoriana le falta ética lo sabe todo el mundo
Como era de esperarse, los “progresivos” del informe del caso León de Troya jugaron un papel decisivo en la falsificación de cargos de responsabilidad política (¡y hasta penal!) contra el presidente de la República en la Asamblea. En la jerga policial, se conoce como “progresivo” a una suerte de ficha en la que un agente de inteligencia consigna el contenido de una conversación telefónica grabada mediante pinchazo. No es una transcripción, como lo llamó Andersson Boscán ante la comisión golpista, sino un resumen en estilo indirecto: “Rubén llama a Danilo y le dice que Hernán le dijo que...”. Una pieza de escritura de esta naturaleza exige de sus redactores una cierta familiaridad con el uso de preposiciones y el dominio de estructuras gramaticales complejas, como las oraciones subordinadas. Habilidades muy escasas (hay que decirlo y lamentarlo) entre los agentes de la Policía Nacional.
El resultado es predecible. Los “progresivos” recuerdan un viejo texto que venía en algunos libros escolares de la generación X para enseñar a los niños la importancia de los signos de puntuación. Era la historia de un moribundo que, para burlarse de la codicia de sus futuros deudos, escribió su testamento sin una sola coma, sin un solo punto. Así: “Lego mis bienes a mi hermano Xavier no a mi cuñado Danilo tampoco jamás a mi empleado Hernán…”, etc. Fallecido el enfermo y llegado el notario, cada uno de los nombrados propuso una interpretación distinta. La versión de Xavier: “Lego mis bienes a mi hermano Xavier, no a mi cuñado Danilo. Tampoco, jamás, a mi empleado Hernán”, etc. La versión de Danilo: “Lego mis bienes: a mi hermano Xavier, no; a mi cuñado Danilo”. La versión de Hernán: “Lego mis bienes: a mi hermano Xavier, no; a mi cuñado Danilo, tampoco, ¡jamás! A mi empleado Hernán”. Obviamente, al final el Estado se quedó con plata y bienes.
Así con los “progresivos”. Con todos. Véase, por ejemplo, el 518: “Rubén Cherres le comenta a Juan Carlos Reina que Carlos Lasso le llamó y que tiene un almuerzo a las 13h00 en Samborondón y que se va ir (sic) con Danilo también (un momento: ¿quién tiene un almuerzo y va a ir con Danilo? ¿Cherres o Lasso?), y no sabe si también querrá hablar (¿Cherres? ¿Lasso? ¿Danilo? ¿Reina?). Puede ser que le diga algo (¿Cherres a Lasso? ¿Lasso a Danilo?), tal vez, de algún puesto o alguna cosa y que, ayer, gestionaron (¿Cherres y Lasso? ¿Lasso y Danilo?, ¿Danilo y Cherres? ¿Los tres? ¿Ninguno de ellos?) con un íntimo amigo de otro amigo…”. Así hasta el final. Mientras más avanza el texto, más se embrolla. No este “progresivo”: todos.
Ahora tómese esos textos y entrégueselos a la comisión de la Asamblea, cuyos miembros carecen por completo de las capacidades básicas de la expresión verbal. Una comisión cuya presidenta, Viviana Veloz, arrancó la sesión de ayer afirmando que “existe un juego social impregnado en las entrañas de las autoridades” (lo cual podría interpretarse como que Guillermo Lasso lleva su pedigrí grabado en las tripas). Pero es que así hablan siempre. Todos. No es extraño que semejantes tapias terminaran encontrando en los “progresivos” las evidencias para adjudicárselo todo (como en la historia del testamento) al que no aparece en ellos. Era de ver a la secretaria, lectora robótica, patinando con los “progresivos” y sus 18 posibles significados hasta reducirlos a un chorizo relleno de nada. Cuando Andersson Boscán los leyó en este mismo recinto, en cambio, sus significados parecían claros: los signos de puntuación los repartía él. Vaya manera de tomarnos por pendejos.