Política
Mientras tanto, la oposición busca aprobar una nueva ley mordaza, derogar la nefasta ley tributaria y planifica nuevas formas de desestabilizar al gobierno de turno
Mientras la candidez impera en Carondelet, los zorros de la política que recorren los pasillos del Legislativo y ocupan las curules de la Asamblea hacen lo que mejor saben hacer: política; y lo hacen con una destreza y pericia que asombra. Y es que hacer política no es el problema, hacer política es una necesidad y una obligación para aquellos que quieren gobernar, legislar, o ser parte de la cosa pública. El problema no es hacer política, el problema es no hacerla, es pensar que política es sinónimo de corrupción y si bien es cierto que la corrupción impera en el ámbito público, ello no implica que no se pueda y deba hacer una política limpia, ética, una política de servicio al país. No se puede quedar en el discurso simplista del pensamiento dicotómico antagónico, no se puede reducir la labor de un operador político a la de un “hombre del maletín” o limitar la consecución de acuerdos a la entrega de espacios de corrupción, no se puede pretender gobernar de espaldas al poder del Estado que (supuestamente) representa a toda la nación.
La política es la ciencia del poder, el arte de influir sobre la voluntad de otros, la capacidad de gestionar la cosa pública y para hacerlo no bastan las buenas intenciones, se deben llegar a acuerdos, buscar consensos, puntos de encuentro (frase trillada de este Gobierno), con la finalidad de brindar una mejor calidad de vida a los ciudadanos. Si bien la política está impregnada de corrupción, el Gobierno no puede desentenderse de hacer de la política su principal medio para gobernar, especialmente porque el manejo de la cosa pública dista mucho del manejo de lo privado. Para lograr consensos se requiere llegar a acuerdos, incluso y especialmente, con aquellos que piensan distinto. Llegar a acuerdos no implica transar bajo la mesa, no implica ceder impunidad o intercambiar cargos públicos o dinero por votos, implica abrir espacios de diálogo, implica escuchar, entender, acordar, consensuar.
Este Gobierno, por no mancharse de corrupción, prefiere renunciar a hacer política. Debido a esto, en las últimas semanas ha perdido sus espacios en la Asamblea, la presidencia, la mayoría en el CAL. Perdió estos espacios con la misma impericia con la que perdió, antes de inaugurarse, su alianza de mayoría legislativa; alianza que le hubiese permitido a la postre una gestión exitosa y por lo que al perderla se vio obligado a aliarse con quienes luego incendiarían el país nuevamente. Estos espacios perdidos han sido tomados por la oposición, la cual hace poco quedó a doce votos de destituirlo.
Ahora planea gobernar de espaldas a la Asamblea y dada sus probadas (in)capacidades negociadoras, quizás sea su única vía posible. Pero esto implica gobernar para el corto plazo, para la inmediatez y no es esto para lo que se lo ha elegido.
Para distraerse de este panorama político inmanejable bajo sus parámetros, el Gobierno sigue en las mesas con los incendiarios lanza piedras, con los terroristas de poncho, quienes se dan el lujo de amenazar con plazos y con la fragilidad de los acuerdos de buena fe que podrían tambalear si la justicia hace su trabajo. Mientras tanto, la oposición busca aprobar una nueva ley mordaza, derogar la nefasta ley tributaria y planifica nuevas formas de desestabilizar al gobierno de turno.