Columnas

¿Cuál es el mérito?

Permítame compartirle en la próxima columna, ya desde Santiago, por qué aunque llegué o me quedé en el camino, no todo fue mérito mío

Mientras usted lee estas líneas yo voy camino a Santiago de Compostela por cuarta vez. Hay que vivir la experiencia para entender por qué alguien camina hasta quedar exhausto cada día con una mochila de 28 libras en la espalda, para llegar a una plaza repleta de otros locos como uno, y terminar acostándose en el suelo tan solo a ver el cielo. Entre sendero y sendero, antes me pregunté qué me había hecho llegar hasta ahí. La primera vez, al empezar, creí que mi pasaporte fue la disciplina para entrenar, la dedicación al trabajo para contar con los recursos, o lograr una actividad que me ofreciera la flexibilidad para disponer del tiempo cuando lo decidiera. Entonces creía que estar ahí era mi responsabilidad, pero también el derecho por habérmelo ganado. Quizá no sea mucho, de hecho, centenares de miles llegan cada año, y si la llegada fuera en yate, algunos que conozco habrían escogido el método, sin mochila y sin ampollas; desde luego con más mérito en lo económico que yo. Así lo pensé, y aunque no lo manifestaba para no molestar con mi arrogancia al apóstol Santiago, lo pensaba igual. Luego vino un amigo, querido amigo, de esos con los que compartes pensamientos, sueños y libros, y puso en mis manos el último escrito por Michael Sandel. Al empezar a leerlo me di cuenta de lo poco atribuible a mis decisiones que es estar caminando estos senderos. Tendemos a creer que nuestros actos, nuestros logros, los contados éxitos y los muchos fracasos con los que lidiamos cada día, son de nuestra exclusiva responsabilidad. Y lo creemos, porque cada día nos lo están diciendo y remarcando.

En una sociedad tasada por el mercado, tendemos a creer que el logro económico depende exclusivamente del esfuerzo, y que el fracaso es consecuencia de la flojera. Y es por esto que no nos explicamos por qué jóvenes inteligentes y cultos terminan destrozando una estación de metro, o rompiendo un negocio que fue el esfuerzo de toda la vida de otro ciudadano. Permítame compartirle en la próxima columna, ya desde Santiago, por qué aunque llegué o me quedé en el camino, no todo fue mérito mío.