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Modesto Gerardo Apolo | ¿Por qué RC5 nos quiere pobres?

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El camino del cambio empieza en la escuela: enseñar desde los seis años que todo beneficio tiene costo

El populismo paternalista no es accidente: es el fruto de siglos de Estado ausente y cultura de mendicidad. El caudillo, de izquierda o derecha, ofrece pescado en vez de caña porque sabe que el pueblo, entrenado como mendigo, prefiere el pescado más que la dignidad de mañana.

Para romper la farsa esclavizante no bastan leyes, hay que cambiar la programación mental de millones, convertidos en mendigos por los caudillos que se enriquecen a costilla de mantener pobre al electorado. El camino del cambio empieza en la escuela: enseñar desde los seis años que todo beneficio tiene costo, que el Estado no es padre sino contrato entre ciudadanos responsables. Hay que mostrarles, con números simples, cómo cada bono mal dado es deuda que pagarán sus hijos, entrando en el círculo de pobreza.

Necesitamos un servicio cívico nacional que saque a los jóvenes del barrio y los ponga a comentar relaciones comunitarias en escuelas, huertas comunitarias con su propio sudor. Solo quien ha visto nacer una obra colectiva deja de creer en salvadores.

Hay que prohibir, por ley, la entrega de cemento, láminas o dinero en campaña; quien lo haga debe ir preso. Y hay que crear consejos ciudadanos apolíticos partidistas, que supervisen cada dólar público: la participación mata al clientelismo.

El mensaje debe ser claro y repetido mil veces en Radio, TikTok, iglesia y plaza: ‘Nadie que no seas tú y tu esfuerzo te va a sacar de la pobreza’. La pobreza no se combate con subsidios eternos sino con trabajo digno, educación exigente y orgullo por lo propio.

Los países que salieron del subdesarrollo, como Corea, Singapur, Estonia, lo hicieron con disciplina feroz, respeto a la ley y vergüenza de vivir de limosna estatal. Latinoamérica en general y Ecuador en particular, pueden hacer lo mismo, pero solo si dejan de aplaudir al mesías de turno y empiezan a mirarse al espejo sin autocompasión.

El cambio no vendrá de un supuesto nuevo líder iluminado. Vendrá de millones de ciudadanos que decidan dejar de ser mendigos para convertirse en constructores de su destino. Esa es la única revolución que vale la pena.