Columnas

Ciudadanos sin república

"...las democracias suelen sucumbir ante tiranos formidables, mientras que la peruana está muriendo de insignificancia"

Uno de los libros indispensables para entender lo que sucede en el Perú es el de Alberto Vergara, Ciudadanos sin república. Vergara cumple con todas las condiciones académicas para no ser un ensayista improvisado o un analista auto formado. Doctor (PhD, como es obligatorio usar en estos tiempos en que paradójicamente, la ciencia y la razón tienen cada vez menos credibilidad) por la Universidad de Montreal y con un posdoctorado en Harvard, Vergara no es de esos politólogos de la nueva generación, estériles por la sobredosis de “virtuosismo metodológico”, donde una cita remite a otra cita y los hechos se vuelven fantasmas.

En estos agitados días de tres presidentes en una semana, Vergara, en un artículo publicado en The New York Times señaló: “La democracia peruana se muere… Diagnosticar la enfermedad que la está matando es difícil. Porque las democracias suelen sucumbir ante tiranos formidables, mientras que la peruana está muriendo de insignificancia. No muere a manos de Gulliver, sino de unos enanos ciegos que chocan entre sí…”.

¿A qué se debe que la insignificancia, ese mal contemporáneo que afecta no solo a los peruanos, desmantele toda institucionalidad y no precisamente por ideas, sino a manos de “reality shows”, aparecer en patineta, patear muñecos en salva sea la parte o proclamar, sin vergüenza, frases memorables, tan sonoras como huecas, tan enfáticas como imposibles de cumplir?

Ciudadanos sin república plantea la tesis de que el Perú ha tenido un “crecimiento infeliz”. Crecimiento económico innegable, por una parte, que la mayoría de los peruanos, y como evidenciaron los panelistas en el programa Contrastes, de la UEES esta semana, nadie quiere dejar atrás. 

El problema es que paralelamente no existe una agenda republicana: legitimidad, institucionalidad acorde con el éxito económico. En otras palabras, que la ciudadanía asuma el pacto social que constituye a la nación. De lo contrario, nadie puede hacer respetar las reglas de juego, entre otras cosas, porque cada uno cree que ni siquiera existen, salvo las que él imponga.