Joaquín Hernández: El ministro de Educación que dio ética

Que este acontecimiento académico sea noticia relevante y sorprenda, muestra la crisis en la que hemos caído
Daniel Rojas, ministro de Educación de Colombia, dio, esta semana, una de las clases de ética más ejemplares de los últimos tiempos. Como refiere la revista Semana de Colombia, el ministro Rojas perdió la sustentación de su tesis de maestría en ciencias económicas en la Universidad Nacional de Colombia. El ministro aceptó su pérdida y, rápidamente, antes de que la noticia se regase, salió al frente señalando que, “en la vida, hay sacrificios que duelen, pero no hay que esperar a que el tiempo diga si valieron o no la pena, sino trabajar para que el dolor se convierta en satisfacción”. En otras palabras, que aceptaba lo sucedido y que lo entendía como consecuencia de las otras actividades que como ministro estaba encargado y que no le permitieron dedicarse como se debe a una tesis de maestría en una universidad que se respeta.
Que este acontecimiento académico sea noticia relevante y sorprenda, muestra la crisis en la que hemos caído como sociedad y la pérdida de valores consiguiente. Lo sucedido al ministro Rojas no debiera llamar la atención. Es parte de los procesos académicos que una persona, sea quien sea, ostente los cargos que ostente, tenga el poder económico o político que sea, pierda la defensa de una tesis si no está bien preparada o no ha cumplido con los requisitos exigidos. Solo gracias a ello la academia tiene palabra y respeto como academia y puede otorgar legitimidad a los títulos que otorga. Lo sucedido al ministro Rojas debiera ser la regla y no la excepción. Lamentablemente, en sociedades en las que los valores están en crisis y que en el fondo menosprecian si no desprecian al saber, la regla es que una tesis mal defendida o pobremente formulada debe ser aprobada por los jurados e incluso obtener la más alta nota.
El ministro pudo haber ejercido sus influencias. No lo hizo. No aprobó la tesis y aceptó el veredicto del jurado. La universidad, sus directivos, pudieron haber abogado por el ministro, dada su condición. No lo hicieron. Los miembros del jurado se habrían podido llevar por el oportunismo revestido de clemencia académica, para poner la nota mínima. Tampoco cayeron en este sofisma.
Lo ocurrido con el ministro Rojas debiera llevarnos a una reflexión sobre lo que en verdad pensamos y queremos como sociedad. Si se exalta a la academia con metáforas desgastadas por haberse vuelto lugar común, como el designarla templo de la verdad, sepamos por lo menos que la subida a los templos exige sacrificios.