Iván Baquerizo | SPQR
La Carta vigente, nacida del hiperestatismo del siglo XXI, convirtió al Estado en un utópico Leviatán hobbesiano
En los estandartes y símbolos de la Roma republicana figuraban cuatro letras que resumían toda una civilización: SPQR -Senatus Populusque Romanus-, o “el Senado y el Pueblo Romano”. No fue solo retórica política; fue una declaración de principios tan poderosa que perdura hasta hoy como emblema de Roma. Significaba que el poder debía emanar del pueblo, pero también debía ser limitado por la razón, la ley y las instituciones.
Roma sobrevivió siglos porque entendió que la libertad no se sostiene por la fuerza de los caudillos o las ideologías tiránicas, sino mediante el equilibrio entre la voluntad popular y la estructura republicana.
Ecuador enfrenta hoy una coyuntura parecida. El presidente Daniel Noboa ha convocado a una Consulta Popular para decidir si el país debe iniciar un proceso constituyente. Más allá del cálculo político, la disyuntiva es moral y estructural: ¿seguiremos reos de una Constitución que asfixia la iniciativa privada y glorifica al Estado como motor único de la economía, o nos atreveremos a replantear un nuevo pacto social que una la libertad con la responsabilidad?
La Carta vigente, nacida del hiperestatismo del siglo XXI, convirtió al Estado en un utópico Leviatán hobbesiano: aquel monstruo benefactor que todo lo regula y todo lo prohíbe.
En su nombre se acosó, debilitó y desprotegió la inversión local y extranjera. Se excluyó al sector privado de ámbitos supuestamente ‘estratégicos’ -hidrocarburos, energía, minería- y se redactó una Constitución garantista ‘ab absurdum’, con más de 230 ‘derechos’ que no son derechos ni garantía de nadie.
Bajo el pretexto de la ‘soberanía’ se instauró un Estado obeso, corrupto e ineficiente, que ha destruido casi todo lo que administró dentro de su ‘exclusiva competencia’.
Ecuador no necesita más artículos: necesita más oportunidades.
No requiere constituciones floridas que enarbolen el colectivismo ni pesadillas kafkianas; solo reglas claras que devuelvan al ciudadano lo que nunca debió perder: su libertad de emprender, de asociarse y de prosperar.
La nueva Constitución tendrá que ser breve, liberal y funcional, como las que han sido base de las democracias más sólidas. Menos derechos retóricos y más garantías reales. Menos paternalismo y más responsabilidad. Un texto que confíe en el individuo más que en la omnipotencia del burócrata. Que permita al capital -nacional y extranjero- participar en la creación de riqueza sin taras ni complejos ideológicos. Que garantice unos pocos derechos esenciales: a la vida, a la libertad, a la seguridad y a la propiedad. Porque no hay prosperidad sin libertad económica, ni justicia social sin prosperidad.
Roma entendió que el poder sin control es tiranía y que el pueblo sin instituciones es anarquía. El Ecuador que anhelamos debe rescatar ese espíritu romano: la comunión entre el Senado y el pueblo, el equilibrio entre la autoridad y la ciudadanía, el SPQR. No una asamblea para refundar el país cada década, sino una república que sepa limitarse para poder perdurar.
Ojalá esta Consulta sea el inicio de un renacimiento republicano, donde el poder vuelva a su única fuente legítima: el individuo.
¡Hasta la próxima!