Guayaquil, tus muertos te saludan

Aprender del pasado y de nuestros ancestros nos enriquece como seres humanos y como ciudadanos
Si nos detuviéramos por un momento a escuchar a nuestros abuelos y abuelas, a nuestras madres y padres, a nuestros historiadores y sabios, sentiríamos un grito en nuestros oídos como un rugido aleccionador de los guayaquileños que nos precedieron, que buscan comunicarse con nosotros en estas horas de angustia. Ellos, por medio de sus cartas, diarios y libros nos legaron sus historias de heroísmo, de lucha, de unión y victoria como ejemplo de vida y de lo que debemos ser ante la desgracia.
Nuestros ancestros pelearon contra bestias innombrables que vinieron del mar a saquear y destruir, a violar y ultrajar, amparados por gobiernos que les concedían licencias para atacar en nuestras aguas. En aquel tiempo, como ahora, tan solos, tan únicos, tan lejos de la corona y del poder, tan lejos de Dios y tan cerca de nosotros mismos, no nos quedó otra cosa más que defendernos. Y sí que nos defendimos. Las crónicas cuentan cómo hombres y mujeres, con todo tipo de objetos y organizados, lucharon encarando a la muerte mirándola a los ojos. Lo hicimos cuando en 1687 nos atacó el pirata francés Bartholomew Sharp y en 1741 la flota británica liderada por el almirante Edward Vernon. Y así, en reiteradas ocasiones, de forma armada o protestando, nos unimos y defendimos todo lo que considerábamos justo y nuestro en 1820, 1860, 1895, 1922, 1925, 1944, 1960, 1999.
Creyendo firmemente que nuestra ciudad no solo está edificada sobre mangle, río y estero, sino que está edificada sobre tierra libre, cada vez que construimos algo en este suelo que llamamos hogar, edificamos sobre tierra que tiene sangre de hermanos y hermanas que murieron por lo que consideraban suyo, por sus familias, por sus bienes; ciudadanos que murieron en muchos casos anónimamente por la libertad.
Aprender del pasado y de nuestros ancestros nos enriquece como seres humanos y como ciudadanos, enseñándonos firmemente que el estado de miedo y pánico que siente la mayoría a causa del azote criminal de tan pocos no es el estado natural de Guayaquil, no lo ha sido a lo largo de su historia y no debe de serlo ahora. Los ojos de nuestros antepasados están sobre nosotros.