Jaime Izurieta: Violencia, memoria y poder

En Quito, en cambio, la fragilidad institucional expone a la gente al doble filo de la violencia
Pocos temas nos interesan en este momento tanto como la reacción a los efectos del paro. La memoria, especialmente de los quiteños, está manchada por los violentos sucesos y el desalmado ataque al patrimonio de 2019.
Quito es una ciudad donde coexisten muchas ciudades.
Es la capital administrativa, con una burocracia masiva, y un impacto enorme sobre la economía local.
Es, también, la ciudad patrimonial, histórica, vulnerable, pero que constituye una de las tres atracciones turísticas de escala global que posee el Ecuador, junto con Galápagos y la Amazonía.
Está, aunque le pese al inofensivo y obeso municipio metropolitano, una ciudad que no se conoce, y por lo tanto no se encuentra, y que crece sin medida, propósito ni control alguno.
Hoy escribo estas líneas luego de una visita corta a Washington DC. La capital americana sabe que es el centro del imperio y lo demuestra. El propósito, al momento de construir, se nota en los espacios públicos, las calles y la arquitectura. Edificios de escala monumental, monumentos históricos, grandes avenidas con vistas terminadas y un estilo reminiscente de la Roma imperial, de la cual es heredera.
Allí conviven, al igual que en Quito, un todopoderoso gobierno federal, una de las concentraciones más espectaculares de museos y centros culturales del mundo, que atrae millones de visitantes, y una ciudad dividida, desigual, con extremos de belleza y de sordidez a pocas cuadras de distancia, gobernadas por un igualmente frágil gobierno local.
Los paralelos históricos de violencia y abuso del derecho a la protesta son recientes en ambas ciudades, pero la memoria de la incertidumbre y de la inseguridad es distinta.
En estos días, en la capital americana, la fuerza descomunal del Estado se impone con una disciplina que protege al ciudadano incluso a costa de su libertad de protesta. En Quito, en cambio, la fragilidad institucional expone a la gente al doble filo de la violencia: la que viene de la calle y la que surge de la incapacidad del poder local para garantizar la vida en común.