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Entre Zeus, Camus y Einstein

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"Ese es el momento crucial, cuando el héroe se vuelve consciente de su condición miserable. No tiene esperanza, pero “no hay destino que no se venza con el desprecio”. El reconocer la verdad es la única forma de conquistarla"

Según la mitología griega, Sísifo fue el fundador y primer rey de Corinto. Se lo caracteriza como un gobernante cruel y ambicioso, que apelaba a la violencia para mantenerse en el poder y para evitar perder influencia sobre sus adversarios. Además, era un embaucador por naturaleza.

Controlar y gobernar un gran territorio era algo poco visto en esa época, pero Sísifo, en el afán de imponer su voluntad, fue violando las normas que Zeus imponía a los mortales. Esto hizo que Zeus decidiese enviar al dios de la muerte, Tánatos, para que lo busque y lo mate. Sísifo recibe a Tánatos en su casa y le invita a cenar. Pero durante la visita, el huésped es sorprendido y se ve encadenado como prisionero.

Dada la ausencia de Tánatos, que estaba cautivo, nadie murió en la tierra por mucho tiempo, provocando la furia de Hades, dios del inframundo. Zeus decide enviar a Ares, dios de la guerra, para que libere a Tánatos y lleve a Sísifo a Hades. Por su parte Sísifo, fiel a su naturaleza perversa, le había pedido a su esposa que no realizase para él los típicos rituales en honor a los muertos, de modo que -cuando Ares lo llevara al infierno- tuviese una excusa para pedir volver al mundo de los mortales invocando la necesidad de castigarla. Ares accedió.

Desde luego, con ello Sísifo pudo regresar al mundo de los vivos y obviamente se negó a retornar al dominio de la muerte. Vivió por muchos años hasta que al final accedió volver al inframundo. Estando ya allí finalmente, y luego de haberse burlado de los dioses dos veces, ellos buscaron castigarlo de alguna manera proporcional a sus faltas. Con ese fin, Zeus y Hades deciden que la pena que debía cumplir no debía basarse en el dolor físico, sino en el hecho de experimentar de primera mano el sinsentido y la desesperanza eterna.

El castigo consistía en empujar una gran piedra redondeada desde la base de una montaña hasta su cima para, una vez allí, ver cómo esta caía rodando de nuevo hasta el punto de partida, teniendo que repetir aquello por toda la eternidad.

Albert Camus, por su parte, en un ensayo filosófico conocido como El mito de Sísifo, se muestra interesado en las reflexiones del condenado mientras marcha de regreso a la parte baja de la montaña a comenzar de nuevo su tarea. Ese es el momento crucial, cuando el héroe se vuelve consciente de su condición miserable. No tiene esperanza, pero “no hay destino que no se venza con el desprecio”. El reconocer la verdad es la única forma de conquistarla. Camus asegura que cuando Sísifo reconoce la futilidad de su tarea y la certeza de su destino, es liberado para darse cuenta de lo absurdo de su situación y para llegar a un estado de aceptación. Cuando empieza a ver la piedra que tiene que subir por la ladera como una roca nueva cada vez (y no la misma que vuelve a caer) Sísifo triunfa nuevamente porque se libera del sinsentido, y los dioses son engañados por tercera ocasión.

La reflexión que creo que cabe para nosotros, en todos los ámbitos de la vida, luego de reconocer que hemos estado empujando cuesta arriba una misma piedra, es si no debemos hacer algo similar a lo que hizo Sísifo, para liberarnos de lo que muchas veces se siente como castigo.

Después de todo, dicen que Einstein definió la locura como hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes.