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Las reformas no solucionan el problema real de los bancos

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Los grandes depositantes (que salen corriendo ante la primera señal de problemas) suelen hacer quebrar a los bancos

Los bancos pueden quebrar. No obstante, siempre que ello ocurre, pretendemos estar sorprendidos. Peor aún, buscamos villanos y culpables, incluso cuando no los hay: especuladores amantes del riesgo, inversionistas codiciosos, reguladores que se han quedado dormidos. La verdad es más simple e inquietante. Los bancos son instituciones que depósitos que pueden ser retirados en cualquier momento e invierten en préstamos y bonos que no pueden rescatarse con la misma rapidez, a menos que se incurra en pérdidas cuantiosas. Este mecanismo de “transformación de los vencimientos” tiene gran valor social: da a los emprendedores acceso a préstamos a largo plazo menos costosos que las alternativas pues se financian con depósitos a la vista que no pagan interés. Los bancos no son vulnerables por error sino por diseño. Ninguno tiene suficiente efectivo en su bóveda para satisfacer las demandas de todos sus depositantes. Por muy conservadores que sean sus administradores y muy prudentes sus prácticas para otorgar préstamos, puede quebrar si todos sus depositantes deciden retirar sus fondos de manera simultánea. El descalce en los vencimientos es normal en el negocio. Una crisis ocurre si y solo si los depositantes entran en pánico y exigen su dinero. Los bancos dependen crucialmente de la confianza. Por dar a esta lógica una representación matemática formal, Douglas Diamond y Philip Dybvig obtuvieron el Premio Nobel de Economía en 2022. No obstante, los reguladores insisten en crear reglamentos que no abordan la vulnerabilidad subyacente. Tras crisis anteriores, las reformas se enfocaron en fortalecer el capital de los bancos. Esto ayuda, pero resuelve el problema equivocado. El capital de un banco asegura que los depositantes recibirán su dinero cuando, por ejemplo, parte de su cartera de préstamos se deteriora por una recesión o porque se han cometido errores al efectuar préstamos. Pero, por diseño, el capital de un banco nunca puede ser suficiente para que todos los depositantes cobren todo su dinero al mismo tiempo. Una corrida es un problema de liquidez y el capital de un banco alivia problemas de solvencia. ¿Es posible confiar en que los depositantes no se llevarán su dinero del banco cuando surge una turbulencia o se elevan las tasas de interés en el mercado y se crean oportunidades de invertir lucrativamente en otros lugares? En tiempos pasados, cuando el depositante promedio era un jubilado que en un día de lluvia no estaba dispuesto a ir al banco y hacer cola afuera, la respuesta era sí. Hoy, cuando las noticias se transmiten instantáneamente y los depositantes pueden retirar sus fondos a través de teléfonos inteligentes, la respuesta es mucho menos obvia. Además, en la mayor parte del mundo las ganancias de los bancos provienen no de la brecha entre tasas de interés de depósitos y préstamos, sino crecientemente de prestación de servicios como tarjetas de crédito, gestión de activos, seguros. Las reglas que gobiernan los depósitos pueden reformarse de modo que estos se asemejen al capital –un derecho a una parte de los activos del banco–, pero ello destruye la promesa de que un depósito es una reserva de valor simple y estable. La alternativa es lograr que los bancos sean seguros porque todos los depósitos estén respaldados por activos carentes de riesgo, pero ello elimina el papel de los bancos como “transformadores de vencimientos”. Estas alternativas nunca se han adoptado porque su costo social es alto. Quizás algún día las monedas digitales de los bancos centrales desplacen por completo a los depósitos bancarios, pero ese día está muy distante. Hasta entonces lo mejor que se puede esperar es un seguro universal para los depósitos, disponibilidad de liquidez por parte de los bancos centrales (como prestamista de última instancia) y regulaciones estrictas. Pero tal combinación no es infalible.