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La palabra del presidente

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Apenas un décimo de los créditos al 1 % desembolsados, otro ínfimo porcentaje de las viviendas prometidas construidas y los presupuestos sin devengar.

Tan grandes y terribles son la autoridad y el poder de los que saben usarlos, que sus palabras son mandatos ineludibles, sentencias definitivas y verdades incontestables. ¿Qué pasa entonces cuando sus mandatos son irrealizables, sus sentencias revisables y sus verdades contradictorias? Esa autoridad y ese poder se minan a sí mismos y van revelando su vacío interior, dejando ver la verdadera desnudez del emperador. Esa es la realidad de la autoridad y el poder que ahora emanan débilmente de la voz y la pluma del presidente de la República.

Una y otra vez, el excelentísimo señor ha mandado a sus ministros y asambleístas a hacer lo imposible. Desbloquear la Asamblea mientras él se dispone a destruir a sus interlocutores, pactar con el movimiento indígena cuando él intenta descalificarlos como acólitos del narco, reactivar la economía y atender las necesidades más urgentes de los pobres a la vez que ordena no abrir las llaves del tesoro.

Y cuando sentencia, nadie teme, tanto que ni él mismo cree en su propio poder. Primero, Lasso quiso consignar a sus aliados socialcristianos al olvido. No solo que ellos no han desaparecido, sino que más de una vez les ha tenido que agradecer su ayuda en evitar su defenestración. Luego, después de pretender condenar a ciertos asambleístas a la desgracia por supuesta corrupción, él mismo los perdonó. Pero el colmo fue la manera en que su propio ministro lo desautorizó, anulando su disposición de cesar a generales de la Policía ante la reciente ola de escándalos y haciéndolo recular públicamente.

Con una palabra tan carente de fuerza, el último recurso del primer mandatario podría ser el de tomar prestada la fuerza de la mismísima verdad y usarla como su espada y su escudo. Pero incluso en más de una ocasión se ha negado a siquiera reconocerla: tardó en remover a ministros incapaces, declaró la emergencia en la salud solo porque el país se incendiaba y todavía piensa que tienen con qué regodearse. Apenas un décimo de los créditos al 1 % desembolsados, otro ínfimo porcentaje de las viviendas prometidas construidas y los presupuestos sin devengar.

El río Upano no ha sido lo único que se le ha perdido.