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César Febres-Cordero: Ito se va con el mundo a juicio

Algunos se preguntarán qué importa discutir todo esto cuando la urgencia es atrapar a los criminales y encerrarlos

¿Qué empuja a una persona a matar? Las pasiones animalescas, trastornos que confunden a los especialistas y necesidades básicas como el hambre; pero también los himnos y los discursos, productos del genio humano, impulsan a los hombres a canalizar los ecos ancestrales del pecado de Caín.

La pregunta es imposible de responder de manera absoluta, con muchas caras que todavía se esconden tras los velos de la ciencia y la filosofía. Por supuesto, eso no evita que se pontifique sobre la cuestión, escogiendo la sanción correcta para cada asesino y la censura indicada para los que sostengan otro criterio.

Tres extremos se hayan en los límites de esas sentencias de la opinión. El primero socializa los pecados y culpa a la pobreza, la desigualdad y a los traumas generados por la violencia.

El segundo traslada la culpa a la genética. Para los más liberales, que creen que siempre habrá pobres y ricos, triunfadores y perdedores, eso es producto del azar; para los peores reaccionarios, esos genes son heredados y por eso los ricos y pobres deben verse de cierta manera.

La tercera posición extrema es la que declara al libre albedrío supremo sobre cualquier condición socioeconómica o genética, y por ende traslada la culpa sin atenuantes al criminal. Esta se opone al determinismo de las dos anteriores, pero conduce, junto a la segunda, a la mano dura como solución.

Casi nadie sostiene puramente alguna, pero pocos admiten suficientes matices como para tener una discusión viable. Así, un artículo en El País, narrando la vida en el barrio donde Ito y los otros imputados por muerte de Fernando Villavicencio crecieron, se convirtió en un escándalo en las redes. Una pena, porque sin excluir la responsabilidad de los autores materiales, bien nos sirve notar los paralelos entre el Potrero Grande de Cali y, por ejemplo, Socio Vivienda en Guayaquil.

Algunos se preguntarán qué importa discutir todo esto cuando la urgencia es atrapar a los criminales y encerrarlos. Pero estas no son discusiones bizantinas, sino los debates previos a la toma de decisiones políticas sobre el castigo, y todavía más importante, la prevención de los crímenes violentos.