No son las instituciones, son las personas

Con frecuencia se escuchan reclamos populares contra alguna institución por mala gestión, mal resultado u opiniones erradas. Mas las instituciones no actúan, no piensan, no opinan, sino las personas que allí laboran. Se cambiaron nombres como si eso significara mejora de algo. De Congreso a Asamblea, por ejemplo. En lugar de mejorar el accionar de la institución, empeoró. Y así por el estilo. Lamentablemente, quienes escogen a esos funcionarios, como candidatos o empleados, son los grandes responsables. En un gobierno que duró más de una década, cada nombramiento iba acompañado de elogios, casi como de culto religioso, pero lo que vimos fue una proliferación de desaciertos, evidencias de pillaje y corrupción galopante. Hoy, una de las más fervientes cultoras, que funge como prefecta de Pichincha, da claras muestras de la incapacidad de la que ya han hecho gala la mayoría de asambleístas de ese grupo político. Es necesario que sepamos escoger a nuestros políticos; no nos dejemos impresionar por autoalabanzas, exijamos capacidad y preparación, meditemos el voto. Que la educación alcance los niveles adecuados, que no se someta a los designios de un grupo político que hace alarde de un dogmatismo enfermizo, como el ministro de Educación que permitió abusos sexuales en los planteles para “no afectar el proyecto” y luego fue premiado con un puesto de asambleísta. Somos nosotros, como sociedad, los responsables. Maduremos, dejemos de culpar a instituciones por las barbaridades hechas por mediocres y corruptos nombrados por nosotros mismos.

Ing. José M. Jalil Haas