Cartas de lectores | Yoyo Zavala, el amigo inolvidable

Su inquietud por saber más y ser más siempre renovó su espíritu

Soy una persona algo mayor que Jorge. Nos conocimos hace unos 40 años, cuando laborábamos, él en la Aduana de Guayaquil y yo en el Ministerio de Finanzas. El estar en áreas afines nos permitió trabajar en temas aduaneros, varias veces, siendo todavía profesionales de nivel medio; y mucho más tarde, él como subsecretario de Rentas y en otra ocasión como subsecretario de Aduanas, y yo, en ambos casos, como asesor.

Hablar de Yoyo en las diferentes funciones y responsabilidades que tuvo resulta ocioso porque quienes lo conocieron darán fe de sus cualidades y ejecutorias, tanto en el plano profesional privado, como en el público, pues los casos que estuvieron a su cargo llegaron a ser noticias nacionales por su importancia, por lo cual, ante ninguno de los medios de comunicación pasaron desapercibidos. Es que Yoyo se había convertido en uno de los abogados más prestigiosos del país.

Pero más importante que ello es destacar su calidad humana, fruto de su madurez, ya que mientras en nuestra larga relación administrativa tuvimos algunas diferencias, en el plano personal nunca tuvimos desencuentros, pese a que en algunas ocasiones nuestras reuniones fueron bastante largas, porque ambos éramos bohemios y teníamos muchos recuerdos.

Ya había llegado a ser muy importante, pero nunca perdió su sencillez, afabilidad y por qué no decirlo, casi su humildad, pese a que su patrimonio había crecido exponencialmente.

Su inquietud por saber más y ser más siempre renovó su espíritu, porque pensaba, al igual que José Ingenieros, que cuando esos sueños desaparecen, las personas dejan de vivir.

Todos estos recuerdos y su manera de reflexionar hicieron de Yoyo una persona totalmente diferente, tal vez inolvidable. Es que el que nace señor, vive como señor y muere como señor. Por eso es que solo él podía morir el mismo día que murió su esposa.

Iván Escobar Cisneros