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Por qué está mal querer enviar a las feministas a Afganistán o preguntarle a Neisi Dajomes si sabe cocinar

Análisis personal. Si participaste en el debate de redes sociales sobre si mandar a las feministas a enfrentarse con los talibanes o defendiste la pregunta de Andrés Carrión a nuestra medallista olímpica, debes leer este texto

mujer afgana
Durante 1996 y 2001, los talibanes impusieron una visión ultraortodoxa de la ley islámica a la mujeres.Tomada de internet

La palabra trauma, de origen griego, significa herida. Quien toca una herida, más si sigue abierta, esta vuelve a sangrar, a doler. Incluso, más que antes. La llegada de los talibanes a Kabul, de lo que todo el mundo habla en redes sociales con mucho o poco conocimiento, abre una herida, quizá mortal, para las mujeres de Afganistán. Hay un trauma. Esta herida  duele en sus congéneres en el mundo y en todo ser humano que tenga una pisca de empatía y conocimiento de historia.

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La muerte es la desaparición. Y de manera explícita o tácita, es lo que temen las mujeres en ese país de Medio Oriente. La herida provocada por los talibanes, un movimiento que sigue una doctrina islámica altamente represiva con las mujeres, se abrió luego de que tomaran el control de Afganistán entre 1996 y 2001. Antes de que los talibanes tomaran el poder en los de 90, la ley protegía a las mujeres afganas. Ahora temen que eso se esfume.

Durante ese tiempo, las mujeres prácticamente 'no existían', sino dentro de casa. Si tu fueras una mujer afgana, serías lapidada -por ejemplo- porque tienes sexo sin casarte. No podrías salir de casa sin la compañía de un hombre de tu familia, ni estudiar, ni practicar deportes, ni mostrar tu piel en público, ni montar bicicleta y ni pensar en redes sociales o ver televisión. Serías castigada públicamente solo por tener voluntad y ejercerla. Hay 29 prohibiciones que prácticamente eclipsan su propia vida.

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Por eso el "trauma", por eso el dolor. Casi 15 mil kilómetros nos separan de Afganistán, pero aquí también hay traumas y también hay dolor. En Ecuador también nos 'lapidan'. Lo hacen, por ejemplo, cuando una deportista olímpica que ha hecho historia en el Ecuador, está hablando de su trabajo, de su preparación, y es interrumpida, no para preguntarle sobre lo que está hablando, sino para consultarle 'qué tan buena es para cocinar'.  

Y no es que cocinar esté mal o no lo pueda hacer una deportista olímpica o una periodista, o un taxista, o un abogado... Pero lo ocurrido es lo equivalente a que un médico esté hablando de su más importante operación a corazón abierto y alguien lo interrumpa para preguntarle si sabe atar su corbata. 

Al periodista Andrés Carrión, que no se ha pronunciado al respecto, al parecer le da igual lo que está contando Neisi Dajomes, ganadora de la medalla de oro en halterofilia, sobre su entrenamiento, pues la cuestiona con algo que nada tiene que ver con su profesión. Y sí, probablemente muchos dirán qué es una pregunta sin mala intención. Quizá, en otro contexto, lo sea. Pero, ¿Cuándo se le ha preguntado a algún deportista hombre si sabe cocinar o lavar platos? 

Esto parece mínimo, si lo comparamos con el trauma y el terror que están viviendo las mujeres afganas del otro lado del mundo, esperando aterrorizadas a cualquier castigo solo por ser mujer. Pero no lo es. En Ecuador, 6 de cada 10 mujeres son violentadas por su género. Las mismas medallistas olímpicas, cuando llegaron al país luego de representarnos y dejar el nombre del país en lo más alto, fueron tratadas como 'atracciones de circo' en su recibimiento, luego de que un presentador les pidiera levantar 130 kilos para 'ver si son capaces'.

El odio a las mujeres, solo por ser mujeres, es evidente solo con abrir Twitter. Existe, aunque muchos digan que 'exageramos', motivados por ese mismo odio. Afganistán es 'tendencia' en nuestro país con mensajes que incluyen la pregunta: ¿Dónde están las feministas? a modo de ironía. Estas mujeres (y hombres) que luchan por la igualdad de derecho, en lugar de ser exaltadas por lucha, son citadas con eufemismos y 'enviadas' virtualmente a la lapidación.

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Hace apenas unos días, este país vibraba de alegría con el ejemplo de Neisi, Tamara y Angie, las mujeres más fuertes del mundo. Parece mentira que el odio y la ignorancia genere el deseo de que se castigue a una mujer solo porque quiere tener la libertad de hacer y decir lo que siente, lo que quiere.

Parece mentira que teniendo la oportunidad de tener a campeonas olímpicas frente a nosotros, le preguntemos si sabe lavar platos, ha fumado o sale a discotecas. No porque esté mal preguntar detalles que nos ayuden a construir la personalidad de los entrevistados  que se han vuelto ídolos, sino porque detrás de esas preguntas hay estigmatización y son datos de su vida íntima, que quizá ellas no quieran compartir.

Las sociedades han cambiado. No debemos negar la historia, una historia que apegó a las mujeres a ciertos roles que se han quedado impregnados en nuestra cosmovisión. Que las amarró a actividades y limitaciones que dejaron heridas, que luego se volvieron traumas. Pero la historia está ahí para saber que hay cosas que no debemos repetir, sobre todos si esto deriva en muerte y dolor. 

Poco a poco y con la única bandera de los derechos, muchas más mujeres pueden hacer lo que les gusta, en lo que son buenas, pueden tomar sus propias elecciones para, finalmente, ser libres y felices. Pero nos falta mucho para que esas heridas cierren. Nos falta con solo mirar lo que ocurre en el mundo. Estas heridas nos duelen porque aún hay gente que las sigue hincando, no solo con hechos, sino con palabras. 

Quizá todos tengamos en nuestras vidas a una mujer que amamos o hemos amado. Tal vez no logremos empatizar con las demás mujeres que no tienen rostro y apellido. Pero en este momento, pensemos en ella, en nuestra madre, hermana, novia, prima, amiga. ¿La lapidarías por querer ser libre?