Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

Si, si, zi.

Antiguo, como el hombre y la mujer, es el protagonismo de lo sexual vinculado con lo cotidiano, banal o trascendente.

Desde Adán y Eva, para los que en ellos ven a la primera pareja, el sexo es una serpiente diabólica a la cual se debe la expulsión del paraíso y también aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, momento en que igualmente se rememora el origen en el barro insuflado de soplo divino, que somos los seres humanos, trayendo a primer plano el duro: recuerda hombre que polvo eres y en polvo te convertirás.

Lo de polvo ha pasado desde entonces a tener significaciones de corte erótico y a él se asocian una serie de patologías denominadas venéreas y se tuvo de ellas tal sentido de vergüenza y repudio que una de las más antiguas entre las mismas se denominó, atribuyéndole origen: morbo gálico (francés), sarna española, enfermedad británica, mal napolitano y un largo etc. Me estoy refiriendo al primer sí de este cañonazo: la sífilis.

Con el sida, causado por el VIH, la atribución ya no fue tan solo geográfica y radicó en los hábitos y otras circunstancias de salud. Se establecieron cuatro H como método para recordarlo: Haitiano, homosexual, heroinómano o hemofílico. Siendo difundido su contagio por transmisión sexual, es mi otro si.

El último, con z de zika es el que más recientemente ha recibido la calidad de infección de transmisión sexual. Ya no solo hay que cuidarse del estilete sutil de la mosquita y ni siquiera un beso puede darse, o recibirse, sin pensar en el riesgo del contagio.

¡Pobre la especie humana! Rey de la creación se ha denominado al hombre y, sin embargo, un díptero de menos de un centímetro y los mínimos virus que puede transferirnos lo ponen al parto.

En todo caso, reivindicando el respeto a la mujer que no puede ser apenas la receptora de nuestras manifestaciones instintivas menos sofisticadas, aprovecho estas inspiraciones carnavalescas para expresar mi enérgica protesta por los atropellos a que se atrevieron unos sayones turcos, ante la perplejidad de unos expectadores cobardones, salvo un asambleísta al que aplaudo.

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